domingo, 25 de abril de 2010

Algunas frases de Virginia Woolf

La duquesa rompió al sentarse igual que rompe una ola, avanzando y salpicando, derramándose sobre Oliver Bacon, quien nunca llegó a comprender —a él, el joyero más famoso de Bond Street, ¿cómo podía preocuparle eso?— que el misterio no era en realidad bajar al fondo del mar para encontrar algo que se ha perdido. Lo que verdaderamente importaba a Oliver Bacon era ganar un fin de semana con la hija de la duquesa —¡cabalgando a solas por el bosque con Diana!—, adivinar el modo en que mueven sus alas los que vuelan, transportar mercancías a todos los puertos, alcanzar la inviolable cima de la montaña… No era de extrañar, porque después de todo el viejo Oliver tenía la misma apariencia de molusco que el resto de habituales del balneario, como si alguien les hubiera sacado el animal con la punta de un alfiler y sólo quedaran los caparazones. Nadie en toda su larga vida le pidió que actuase de otro modo. Ninguna necesidad tenía él de intuir que Diana andaba buscando cierta cosa y que ella misma, desde el centro de las entretelas de su corazón, sabía que esa cosa estaba justo en un lugar en el que nunca había estado —físicamente, se entiende—. En este caso el misterio era la consciencia de que se ha perdido algo, y de que ese algo se halla precisamente en el fondo del mar, pues la marea parece subir y bajar eternamente en el balneario.

(Lectura de The Duchess and the Jeweller y The Watering Place)

domingo, 18 de abril de 2010

Un ratito antes de quedarme dormido

Llevaré a cabo, pues, el mayor ejercicio de imaginación. Digamos que no estoy a punto de morir. Digamos que no moriré, pongamos por caso, hasta el año que viene, y que lo que veo y lo que oigo por ahora no se grabará en mí como si mi carne fuese la del aguacate. ¿Si cocinase en casa, si estuviese quitando la roña del teclado del ordenador, no creería también olerte a ti sin venir a cuento? Estoy convencido de que tu habitación seguiría entre mi mente y el mundo del mismo modo. ¿Así podría acaso elegir lo que olvido? Además, no cabe duda de que, si mi vida no hubiese llegado ya a su final, también estaría ahora preguntándome por todo aquello que es mejor que tú. Estaría escribiendo esto.

domingo, 11 de abril de 2010

Los crímenes de la calle de la cabeza

Algunas mañanas, si dejas de respirar por un momento y te llevas una mano al pecho, puedes oír por la radio la historia de la calle de la cabeza. Precisamente esa calle. Y garrapateas en un papel mientras alguien fuera fuma un cigarrillo que érase una vez un cura envidiado por su criado. Para luego, en algún borroso momento de la noche de ese mismo día, tener una polución otra vez. Digo borroso porque todo se me hace difuso y se esfuminan los márgenes desde el momento en que apagué la luz, cerré los ojos y descubrí así que había estado llorando, que no me encontraba bien y que la fiebre y que las pastillas. Por eso lo del criado que corta con un hacha la cabeza del cura. Y un busto de piedra que los vecinos hacen retirar pese a Felipe III y el papel garrapateado en el purgatorio en lugar de en la basura. Después el sueño en que me trasplantaban el tronco y las extremidades.

—Pero —dije desesperado—, ¿qué hemos solucionado entonces? ¿Qué es lo que se supone que voy a hacer si me habéis dejado la misma cabeza?

Años más tarde, en el Rastro, un alguacil que sospecha. Chorretones de sangre. Un milagro y una ejecución inminentes. En ese momento apago la cuarta alarma del día siguiente, pienso que la justicia poética es un premio de consolación y que tendré que cambiarme para ir al trabajo porque es tarde y no me da tiempo a ducharme y recuerdo vagamente —difusamente— haber tenido otra vez una polución nocturna.

domingo, 4 de abril de 2010

Como un bote no amarrado

La más de las absolutas veces que hoy no vienen. Los rincones que hay en el trance. Las incondicionales motas, la ocasión, donde está la muerte concreta. Los abuelos muriendo. Que estar allí y aquí sea lo mismo. Son dos formas de hacer lo mismo. Estar y llegar. Y que haberlo conseguido no signifique nada. Los ángeles de la guarda. Las descripciones de islas y marineros. Las letras de Los Piratas apareciendo semiocultas en un libro. Que ella se enojara por el simple hecho de que yo leyera ese libro, que yo entendiera que había versos coincidentes con las letras de Los Piratas, de discos distintos, además. Verano muerto, como lágrimas en la lluvia. Que me pareciese bien y curioso. Que ella se enojara pese a todo. Los enfados estúpidos. Ser la única chica del barrio con la que durmió, porque sólo dormimos. ¿En qué me hace eso distinta? ¿En qué te diferencia a ti de los demás? ¿Qué importa si merecer no tiene sentido para mí? Te quiero pedir disculpas, aunque en tu opinión mis preocupaciones son siempre insignificantes. No lo hago por ti, claro, no lo hago porque lo merezcas. No importa. Es por mí, siempre es por mí. Porque soy capaz de ver musarañas, porque a nadie importa eso. Porque no hay lugar exacto. Si ya estoy muerto y sobra el tiempo. Porque tú sabes que perseguí a mujeres en la calle. Quieres que me entregue a ti mejor. Yo he encontrado algo, después de todo. Pero yo he encontrado algo. Y es esto.