jueves, 23 de junio de 2011

El sueño de Diego

Diego supo que estaba dentro de un sueño, por lo tanto, quiso salir a la calle. Pero tras cruzar el umbral se encontró de nuevo en el pasillo de la casa.

Aquella falta de lógica espacial (salir de un lugar para llegar a ese mismo lugar) no le pareció sorprendente o, al menos, no tanto como la exacta recreación de la realidad que ante él apareció.

Aquel pasillo era idéntico al que Diego solía recorrer día tras día cuando estaba despierto. Para comprobarlo se acercó a la pared y miró las protuberancias del gotelé bien definidas, con su relieve minuciosamente perfilado por la luz que venía del salón.

«Es increíble», pensó mientras acariciaba con los dedos la pared, «incluso el tacto es el mismo».

Pese a ello Diego no tardó mucho en descubrir una alteración, un detalle discordante. Se trataba de una ventana al fondo del pasillo donde no debía haberla. Pero en aquel momento tuvo la sensación de que había estado siempre allí, aunque nadie la hubiese visto.

A Diego le vinieron a la mente otras ventanas soñadas, otras puertas, trampillas… todas ellas le habían llevado a una habitación concreta, siempre la misma. Era idéntica a la suya, pero se hallaba en otro lugar. Accedía a un espacio íntimo a través de una apertura extraña, insospechada. Y en aquella habitación que era suya, pero que no siempre podía visitar, encontraba cada vez un texto escrito por él, uno que indicaba una dirección, un futuro deseable y, aun sin ser en todo momento consciente de ello, deseado.

Así es que, nervioso y expectante, se acercó al fondo del pasillo y abrió aquella extraña ventana. Al otro lado vio un cuarto ciego paradójicamente bien iluminado con luz natural; una mezcla de trastero con salón y cocina en un espacio reducido. Por alguna razón le pareció lógico comunicar su descubrimiento a Lara.

—¡Lara! ¿Sabías que aquí hay un cuarto lleno de cosas? —y sin esperar respuesta siguió hablando a voz en grito por si Lara estaba encerrada en su habitación—. Igual podemos coger algo. Hay pimientos a punto de pudrirse. Tendremos que usarlos. Y unos donuts probablemente caducados que tus padres debieron de dejar aquí el finde. Hay también una lavadora. Podríamos probarla a ver si va bien, porque la nuestra… —entonces Diego se dio cuenta de que la única forma de acceder a ese cuarto recién descubierto era a través de la ventana. Pero era tan estrecha…

Intentó meter el cuerpo cuando, de repente, vio en un rincón, junto a la lavadora, un oscuro insecto que apareció y desapareció, como si una esquina de su sueño, de forma insospechada, ya no le perteneciese a él, sino a Lara. Inmediatamente después, Diego despertó.