miércoles, 31 de agosto de 2011

Tercera guinea para el 15M

Este post es la tercera parte de una serie. Si quieres leer los anteriores pincha en los siguientes enlaces:

Primera guinea

Segunda guinea


Hay quien dice que todo esto que se está intentando desde el 15M ya se intentó antes, que las cosas cambian para no cambiar y que la Historia es cíclica… Bueno, sea como sea, lo cierto es que leyendo Tres guineas he flipado con el hecho de que la Inglaterra de 1938 desde la que escribe Virginia Woolf se parezca tanto a la España de 2011. Para muestra un botón:

«Al parecer, usted se considera hija de un hombre con educación y sin embargo pretende ignorar la realidad que, dicha en pocas palabras, consiste en que cada periódico está financiado por un grupo diferente; cada grupo sigue una política; cada grupo contrata a escritores que propugnen esa política y, si los escritores no están de acuerdo con dicha política, en menos que canta un gallo se encuentran, como usted quizá recordará si reflexiona unos instantes, en la calle y sin empleo. En consecuencia, a poco que quiera usted saber la realidad, en lo concerniente a la política, debe leer por lo menos tres periódicos diferentes, comparar, por lo menos, tres diferentes versiones de un mismo hecho, y llegar, por fin, a sus propias conclusiones» (1999, p. 169).

¿No os suena de algo todo esto? Pues ya era así en la Inglaterra del siglo pasado. Más:

«¿No es posible que si supiéramos la verdad en lo referente a la guerra, la gloria de la guerra quedaría aplastada, encogida, reposando sobre las podridas hojas de col de nuestros prostituidos suministradores de realidades?» (1999, p. 172).

Pero lo sorprendente no es solo la similitud entre su análisis de los medios de comunicación y el que podríamos hacer nosotros, sino en la solución que plantea la misma Virginia Woolf para sortear este oscurecimiento mediático de la realidad:

«De todas maneras, Madam, la imprenta de propiedad privada es un hecho real, al alcance de quienes tienen ingresos solamente moderados. Las máquinas de escribir y de sacar copia son también realidad, y aún más baratas. Por el medio de utilizar estos instrumentos baratos y, por el momento, todavía permitidos, podrá usted liberarse de las presiones de los grupos, las políticas y los directores» (1999, p. 173).

¿No está pidiendo en 1938 que se invente Internet? Sea como sea, y por suerte, Internet es ya un «hecho real», así que hagamos uso de ella para «liberarnos» de los intereses de los que manipulan grandes medios de comunicación. Al menos, eso hago yo ahora mismo.

Pero, ya que escribo mi última guinea, permitidme que incida de nuevo en otra realidad que, aparentemente, tampoco ha cambiado demasiado desde el 38. Lo cierto es que me da un poquito de miedo volver a sacar el tema del feminismo, lo reconozco, pero no se puede hacer otra cosa si el libro sobre el que escribes es Tres guineas, aunque lo leas desde la calle.

Todo el mundo que esté familiarizado con el feminismo sabe el interés y la repulsión que la figura de Virginia Woolf despierta al mismo tiempo entre las filas de las militantes. Esto es así porque también se moja. Y es lo que nos espera a todos los que lo hacemos.

Con una sola cita os podéis hacer una idea de lo que acabo de decir:

«¿Habrá algo más pertinente que destruir una vieja palabra, una palabra brutal y corrupta que, en su tiempo, hizo mucho daño y que ahora ha caducado ya? Se trata de la palabra “feminista”» (1999, p. 179)

Es fundamental, creo yo, que tengáis en cuenta el año en que Woolf escribe esto…

Hoy estamos en 2011, y la gente ha salido a la calle. Desde esa calle, os recuerdo, estoy leyendo yo Tres guineas, así que os diré que la Comisión de feminismos abandonó Acampada Sol. Supongo que sabéis qué pasó. Si no es así, os recomiendo que leáis el documento del jueves 2 de junio.

¿Qué es esto? ¿Por qué no se entendieron dos movimientos que van en la misma dirección? Dentro de Tres guineas volvemos a encontrar una respuesta. Allí la palabra clave esta vez es la de «diferencia». Porque esta sociedad no trata de igual modo a un sexo que a otro. En el espacio público sigue habiendo una mayoría de hombres y en el privado de mujeres —por suerte, mucho más en el 38 que en la actualidad—. Como las cosas están así, las últimas no pueden llevar a cabo objetivos comunes «con los medios públicos en público, sino con medios privados en privado» (1999, p. 199). Es otro campo de batalla. Es otro frente. Según Woolf, «la mejor manera en que [las hijas de los hombres con educación] podemos ayudarle a evitar la guerra no consiste en repetir sus palabras y en seguir sus métodos, sino en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos. La mejor manera en que podemos ayudarle a evitar la guerra no consiste en ingresar en su sociedad, sino en permanecer fuera de ella, aun cuando colaborando a sus fines» (1999, p. 252).

Tuve una conversación con una amiga sobre esto y ella me dejó bien claro que el problema de las mujeres no es el mío, por más que yo lo haga mi propio problema, sencillamente porque soy hombre. Yo no lo entendí. Woolf sí. Woolf era mujer.

Mi amiga me dijo que yo no podía luchar por las mujeres, sino junto a las mujeres. Arrimar el hombro, desempoderarme en su favor, minar el patriarcado desde dentro… Pero la lucha feminista era suya y eran ellas las que tenían que conseguir sus éxitos.

Ya que las cosas están así, ¿cómo integrar los feminismos en el 15M, si este no sólo está integrado por mujeres? Según algunos, sencillamente no se puede, es imposible. Al menos esto se deduce de la lectura de posts como el siguiente: ¿Será feminista la revolución?

Sea como sea, a mí me consta que el comunicado de la Comisión de feminismos de Sol iba en serio cuando decían aquello de «no nos desvinculamos» y que, al menos en Madrid, las feministas siguen en las calles, en los barrios e integradas en el 15M como cualquier otro colectivo.

Llegados a este punto, todavía me falta una guinea que dar, la última. ¿Qué hago con ella? ¿A quién se la entrego? Me la quedaría si me dejaran cambiarla por euros. Así podría pagar un alquiler en Madrid y dejar ya de leer desde la calle… Pero no, eso no puede ser porque, ya dijimos, estas guineas no son dinero contante y sonante. De todos modos, queramos o no, esta última guinea ya tiene dueño: cualquier sociedad que nos permita tener acceso directo a la información. Y ahí queremos llegar todos, mujeres y hombres. Ya sea juntos o cada uno por su lado.



WOOLF, Virgina (1938), Three Guineas, Quentin Bell and Angelica Garnett. Trad. esp. Tres guineas, Barcelona, Editorial Lumen, 1999.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Segunda guinea para el 15M

Este texto es una continuación del post Primera guinea para el 15M. No es que sea completamente necesario leer el anterior, aunque puede ayudar.

Como habíamos visto, Virginia Woolf en Tres guineas propone crear una universidad nueva, porque es necesario que aprendamos cómo funciona el mundo en el que vivimos para cambiarlo, es decir, debemos aprender a ser una sociedad nueva. ¿Qué tipo de sociedad? Una que pueda evitar la vorágine neoliberal o, como hubiera querido Woolf, una que sepa evitar la guerra.

Esta propuesta genera a su vez, inevitablemente, algunas preguntas, de modo que yo sigo leyendo con avidez porque sé que tarde o temprano la tita Woolf va a darme una pista y, de repente, ahí está, ahí lo dice claramente: la nueva sociedad debe asentarse sobre los siguientes puntos: pobreza, castidad, burla y libertad con respecto a lealtades irreales. Y se explica:

«Por pobreza queremos decir tener el dinero suficiente para vivir. Es decir, hay que ganar el dinero suficiente para ser independiente de otro ser humano y para comprar ese mínimo de salud, ocio, conocimientos, etcétera, necesarios para el pleno desarrollo del cuerpo y de la mente. Pero no más. Ni un penique más» (1999, p. 142).

«Por castidad se entiende que, cuando gane lo suficiente para vivir mediante su profesión, se negará usted a vender la mente por dinero» (1999, pp. 142-143).

«Por burla —mala palabra, pero digamos una vez más que el idioma inglés [¡todos los idiomas!] necesita urgentemente nuevas voces— queremos decir que debe usted rechazar todos los medios de anunciar su mérito y aceptar que el ridículo, la oscuridad y la censura son preferibles, por razones psicológicas, a la fama y los elogios. Sin dudarlo, cuando le ofrezcan condecoraciones, títulos y el ingreso en órdenes, arrójelo todo a la cara de quien se lo ofrece» (1999, p. 143).

«Por libertad con respecto a lealtades irreales se entiende que debe despojarse, ante todo, del orgullo de nacionalidad; también del orgullo religioso, del orgullo de universidad, de escuela, de familia, de sexo y de todas esas lealtades irreales de ellos dimanantes. Cuando los tentadores vengan con sus tentaciones para que, sobornada, acceda a entrar en el cautiverio, rasgue los pergaminos, niéguese a rellenar los formularios» (1999, p. 143).

Si nuestra sociedad se basara en estos principios, no existiría la guerra, asegura Virginia Woolf. Y ¿quién va a negárselo a estas alturas? Pero, ¿cómo puedo yo pensar que una sociedad así es posible? Muy sencillo: por las mujeres.

Estas cuatro características antes explicadas son representativas de la situación que las mujeres vivían forzosamente a principios del siglo pasado. Y pienso: ¿acaso es casualidad esta relación entre la nueva sociedad que andamos buscando y el universo que tradicionalmente se les ha adjudicado a las mujeres? Leyendo Tres guineas, no es posible dudar: si lo que se quiere evitar es la guerra, entonces lo que hay que abandonar es el patriarcado, porque son la misma cosa.

«Podemos decir que el hecho de que los hombres con educación resalten su superioridad sobre los restantes hombres (…) son actos que suscitan la competencia y la envidia, emociones que (…) participan en fomentar la disposición hacia la guerra» (1999, p. 39).

«¿Acaso no ha quedado demostrado que la educación, la mejor educación del mundo, no enseña a aborrecer la fuerza, sino a utilizarla? ¿No ha quedado demostrado que la educación, lejos de enseñar a los educados la generosidad y la magnanimidad, crea en ellos, contrariamente, tales ansias de conservar sus posesiones?» (1999, p. 54).

Y todo esto me lleva necesariamente —es así como funciona el cerebro de aquellos que tardamos dos días en leer una página—, digo que me lleva irremediablemente a Hélène Cixous y más concretamente a su concepto de «escritura de las mujeres».

Justo al principio de su texto «La joven nacida», Cixous hace una pirueta interesante: se instala cómodamente en medio de la oposición hombre/mujer y la hace rodar sin conflictos: actividad/pasividad, razón/sentimiento, inteligible/sensible, etc. Mientras esta oposición va dando vueltas como un engranaje perfecto, descubre que los mejores poetas —Kleist, Shakespeare, etc.— están del lado de las mujeres o, mejor dicho, de lo femenino. ¿Por qué?

«Sólo los poetas, no los novelistas solidarios de la representación. Los poetas: porque la poesía consiste únicamente en sacar fuerzas del inconsciente, y el inconsciente, la otra región sin límites es el lugar donde sobreviven los reprimidos: las mujeres, o como diría Hoffmann, las hadas» (1995, p. 63).

Pero lo cierto es que esto es así porque, según Nietzsche, citado por la propia Cixous:

«Para ser poeta basta “sentir la necesidad de metamorfosearse y de hablar por los otros cuerpos y otras almas”» (1995, p. 82).

Y es propio de lo femenino participar de lo otro. Dentro del engranaje que pone en marcha la oposición masculino/femenino, de la primera parte del binomio cae el principium individuationis —principio de indi­viduación—, el miedo a dejar de ser uno mismo; mientras que la segunda se caracteriza precisamente, como cabe esperar, por la aceptación de lo del otro, no sólo por el valor de la maternidad, sino también porque no tienen el miedo a perder ese don arbitrario que es dado a los hombres sólo por el hecho de haber nacido hombres, y que temen perder precisamente por su arbitrariedad. Ellas no temen dividirse, compartirse, diluirse con los demás.

«Diré: hoy en día la escritura es de las mujeres. No es una provocación, significa que: la mujer acepta lo del otro» (1995, p. 46).

De aquí parte el concepto de Amor-otro. Según Hélène Cixous, para que el poeta sea poeta es necesario que participe de lo otro, que no esté amenazado por lo no-propio, entonces, debe ser mujer. Pero esto quiere decir algo mucho más complejo de lo que parece, pues para la autora lo principal no es que el poeta sea una mujer biológicamente, sino que posea un atributo asignado por la tradición a las mujeres. En realidad, lo que Cixous escribe más adelante es que el poeta debe ser «bisexual» o, al menos, «homosexual», aunque esto tampoco hay que tomarlo al pie de la letra. Lo esencial es que pueda entender al otro, amar al otro. Así que, al que le dé repelús el feminismo —que se ha publicitado peor que la SGAE—, que se deje de coñas y se entere de lo que estamos hablando: de ideas.

No sé qué pensáis vosotros, pero mi siguiente guinea ya está metida en un sobre, y en la dirección figura esta sociedad —de hombres y mujeres, todos juntitos— que ama al otro y que, por tanto, cultiva virtudes que no conducen ni a la guerra ni al neoliberalismo.


WOOLF, Virgina (1938), Three Guineas, Quentin Bell and Angelica Garnett. Trad. esp. Tres guineas, Barcelona, Editorial Lumen, 1999.

CIXOUS, Hélène: La risa de la medusa. Anthropos, Barcelona, 1995. «La joven nacida».

jueves, 11 de agosto de 2011

Teología feminista para las JMJ


El hecho de que Ratzinger venga a Madrid a propósito de las llamadas Jornadas Mundiales de la Juventud —Católica Apostólica Romana, añadiría yo— ha provocado que varias organizaciones preparen actos de protesta en la ciudad.

Para el que no esté informado, las razones de esta protesta —según el blog de Ignacio Escolar— son las siguientes: Las quejas de un paleto
 
Yo propongo una protesta más, pero una silenciosa. No sé si conocéis el contenido de la mochila oficial con la que van a viajar los peregrinos. Entre otras cosas, está incluido el libro Youcat. ¿Por qué no, simplemente el Nuevo Testamento o la Biblia católica? Muy sencillo, porque esos textos, en crudo, no le dan la razón a Ratzinger ni a todo su edificio eclesiástico. Sólo una interpretación sacada de la manga por intereses de unos pocos puede convertir esos textos sagrados en justificación de una compleja jerarquía no siempre moralmente aceptable.

Mi propuesta, pues, es la de participar en unas Jornadas Mundiales de la Juventud Alternativas. El itinerario de los peregrinos combativos sería el de las manifestaciones de protesta y en la mochila oficial habría que incluir pancartas, bocadillos, agua fría, gafas de sol, abanicos y alguna que otra lectura, como por ejemplo la que me está obligando a escribir este post: La teología feminista en la historia, de Teresa Forcades i Vila o, si lo queréis en catalán: La teologia feminista en la història.

Está especialmente indicada para aquellos que piensan que el catolicismo es solo uno y, todavía más para los que piensan que el cristianismo es solo uno. Supongo que sabréis que las protestas están protagonizadas no solo por grupos laicos, sino también por gente de la propia Iglesia, de la que Ratzinger es el máximo representante. Si no entendéis cómo puede suceder esto y por qué no es necesaria la falta de crítica para ser católico, las escasas 141 páginas del libro de Teresa Forcades os servirán de mucho.

La teología feminista es una modalidad de teología crítica o de la liberación. ¿En qué consiste cosa semejante? La misma Forcades, en un texto muy claro y a la vez inteligente —estas cosas pocas veces van juntas— nos explica que cualquier pensamiento crítico nace de una experiencia de contradicción. En el caso de la teología la contradicción se puede dar entre la interpretación/tradición que de los textos sagrados se ha dado y la vivencia personal que cada creyente tiene de sí mismo y de su relación con Dios. También puede nacer esta contradicción en la percepción de la diferencia —en muchos casos evidente— que hay entre lo que promulga la Iglesia y lo que viene escrito en la misma Biblia. Esto, cualquier mujer, homosexual, etc. lo conoce muy bien.

¿Qué se supone que debemos hacer, pues, con esta contradicción? Hay dos salidas: o niegas tus propias vivencias y las reprimes o consideras que lo que debe cambiar es la concepción teológica.
El libro nos invita a conocer la vida de diversos teólogos feministas que han optado por esta segunda vía que, según Forcades, es la «positiva». No solo aparecen nombres ya reconocidos como Santa Teresa de Jesús, sino que rescata otros no muy bien tratados por la historia, pero que fueron fundamentales para que la mujer dejase de ser considerada como un ser inferior.

Creo que es conveniente la lectura de La teología feminista en la historia durante las JMJ porque a veces nos olvidamos de que las instituciones también pueden ser combatidas desde dentro.
Por otro lado, también es interesante el acercamiento a una figura como la de Teresa Forcades i Vila, monja benedictina, doctora en salud pública y en teología, y a la que sigo desde hace un tiempo.

Si queréis saber algo más de ella, pinchad en los siguientes enlaces:

Campanadas contra la girpe A, donde esgrime argumentos contra ciertos abusos de la OMS y de la industria farmacéutica que posteriormente han sido confirmados.

Entrevista en Singulars de TV3 (en catalán), donde Teresa Forcades hace un repaso de sus dos pasiones combativas: la denuncia de los abusos de la industria farmacéutica y la teología feminista.

Entre els principis i la realitat (sobre el aborto y en catalán), muy interesante alegato a favor del aborto en el que hace uso de argumentación teológica.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Primera guinea para el 15M

Últimamente tengo la manía de mirar todo lo que leo como si estuviese en la calle, como si leyese desde la calle. Igual estoy tumbado sobre mi cama a las siete —ahora que tengo las tardes libres, claro— leyendo apaciblemente un ensayo de Virginia Woolf y, de repente, resulta que estoy bajando por la calle Montera hacia la Puerta del Sol que nació el 15 de mayo. Le doy vueltas al libro y resulta que sí, que no puedo estar equivocado, que allí lo dice bien clarito:

«Constrúyalo de acuerdo con criterios propios. No ha de estar construido con piedra labrada y vidrios policromos, sino con un material barato y de fácil combustión que no acumule polvo ni perpetúe tradiciones. Que no tenga capillas. Que no tenga museos y bibliotecas con libros encadenados y ediciones príncipe en vitrinas. Que los cuadros y los libros sean nuevos y siempre cambiantes. Que cada promoción lo decore con sus propias manos y con poco coste. El trabajo de los seres vivos es barato; a menudo lo hacen a cambio, tan solo, de que les permitan hacerlo» (1999, pp. 60-61).

Pero, ¿qué es lo que estábamos construyendo? ¡Ah, sí! En la página anterior lo pone claramente: un colegio pobre y joven para las hijas de los hombres con educación… Y ¿qué tiene que ver esto con la Acampada Sol? Veamos. Hay puntos que ambos tienen en común: se trata de algo nuevo y volátil, dinámico y pobre, tampoco hay competencia, sino cooperación. Quizá la mayor diferencia se halle en el contexto en el que se escribe Tres guineas, pero no en su intención. Virginia Woolf les desea este nuevo colegio pobre a sus hermanas las hijas de los hombres con educación en 1938, un año antes de la SGM, con fotografías frescas, proféticas y repugnantes de la Guerra Civil española entre las manos y las inquietantes noticias que vienen de la Alemania nazi y la Italia fascista encima de la mesa. Su intención es evitar la guerra —que acabó viniendo— con esta nueva universidad, pero ¡ay! no es más que un sueño ya que, como la misma Woolf afirma poco después, la realidad es que «las alumnas deben aprender a ganarse la vida» (1938, p.63) para sobrevivir en el mundo que nos ha tocado vivir, cuya esfera pública está condicionada por la competitividad y el egoísmo. Sigamos leyendo:

«La finalidad del nuevo colegio universitario no deberá consistir en segregar y especializar, sino en combinar. Deberá explorar las sendas mediante las cuales el cuerpo y la mente puedan cooperar; descubrir qué nuevas combinaciones dan lugar a buenos conjuntos en la vida humana (…). No habrá ni una de esas barreras, barreras de riqueza y ceremonia, de anuncio y competencia, causantes de que las viejas y opulentas universidades sean lugares de tan incómodo vivir (…). La gente que ama el saber por sí mismo acudiría allí con alegría» (1999, pp. 62-63)

Joder, suena bien. Suena demasiado bien, porque en realidad, como hemos dicho, es un sueño. Un sueño, sí… Pero yo lo he visto. Lo vi gestarse el 15 por la noche. Y recuerdo que después aparecieron las lonas y las cuerdas, los cartones, los papeles y plásticos —todo material inflamable, vaya coincidencia—. Vi los cuadros y los libros cambiantes, vi a miles de desconocidos cooperando sin esperar nada a cambio y, sobre todo, vi a mucha gente en asambleas queriendo aprender, porque esta es la palabra clave: aprender. ¿Quién de todos los que estuvimos por allí, aunque fuera por unas horas al día será capaz de negarme que nos educamos a marchas forzadas? Ahora mismo tengo la impresión de que allí no hice otra cosa…

Lo curioso es que a nosotros mismos también nos costaba creer lo que ocurría. Aun así lo hicimos realidad, y lo seguimos haciendo, cada uno a su manera, pero sobre todo en las asambleas —porque acampadas ninguna queda—, ya sean barriales o en Puerta del Sol. Ya no es ningún sueño, y quizá por eso hoy podamos evitar ese mal mayor que en 1938 se veía venir en forma de guerra y que ahora, en 2011 vemos cerniéndose sobre Europa con visos de abuso neoliberal. Y es que ambas amenazas tienen la misma cara. Ambas nacen del egoísmo y de la competitividad, ambas han sido concebidas en las altas esferas y se cobran sus víctimas en el pueblo, ambas son endemoniadamente estúpidas y acaban comiéndose a sí mismas y a lo que las rodea.

Aprovechemos, pues, esta universidad pobre y nueva que nos hemos sacado de la manga. Démosle la primera guinea de nuestro apoyo, que en este caso más que dinero contante y sonante es una moneda simbólica, pues el dinero ni es pobre ni es nuevo ni mola una puta mierda.


WOOLF, Virgina (1938), Three Guineas, Quentin Bell and Angelica Garnett. Trad. esp. Tres guineas, Barcelona, Editorial Lumen, 1999.