jueves, 12 de diciembre de 2019

Banderas de españa

Pensando en algo que poner aquí me han venido a la cabeza banderas de españa. Muchas banderas de españa. Millones de fichas de dominó con la bandera de españa que empiezan a caer, una detrás de otra, unas empujadas por otras, en el escenario de un gran auditorio hasta formar el dibujo de una bandera de españa enorme, apreciable solo desde muy arriba. Banderas de españa ondeando sujetas a pequeñas astas clavadas en cada uno de los cigarrillos de tabaco rubio que la gente fuma. Una bandera de españa que de repente recuerda aquella vaca que vio en su juventud, en el prao. Aquella vaca tenía unas larguísimas pestañas. Hermosas, negras, larguísimas. Así que tira a la basura el medio quilo de carne de ternera que tenía guardada en el congelador porque ¿quién quiere comer el cuerpo de algo que tenía pestañas, algo que hacía uso de ellas? Se da cuenta, claro, de que este es un pensamiento curioso para una bandera de españa, pero ¿cuál no lo es? También banderas de españa volando como pájaros migrando en formación de uve, como los patos. Un mundo con tantas banderas de españa que la bandera de españa carece de todo significado. Un mundo que en realidad es una sola cosa: una bandera de españa infinitamente replicada. Banderas de españa cayendo del interior del bolsillo de un pobre anciano al que acaban de atropellar porque cruzó en rojo. Un disfraz de pulga sexi confeccionado con banderas de españa. La bandera de españa como un hito tecnológico en la carrera mundial por sobrepasar los límites de la investigación informática. Un idioma completo compuesto por anagramas del sintagma «bandera de españa», como rebapadedanañes o pañedrednasabae y así hasta donde alcance. Un poro hinchadísimo que al final revienta y del que sale, no la bandera de españa, sino pus. A borbotones. Como cuando se limpia una fístula. Pero, cuando ya no queda pus, en lugar de sangre salen banderas de españa. Montones y montones de banderas de españa. Y la hemorragia ha de cortarse rápidamente porque si no la pobre persona se muere, porque sin pus sí puede vivir, pero hay un número mínimo de banderas de españa que su cuerpo debe conservar.

viernes, 11 de enero de 2019

Un trozo de tela

Dime, por favor, que se trata de un trozo de tela. Porque su color es negro, y tiene reflejos azules, como era el pelo de ella. Solo un trozo de tela y nada más. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Acaso es lógico pensar que algo inerte puede convertirse en una cosa con vida? Mi madre lo decía: de tan negro que tiene el pelo, sus reflejos son azules. Pero confieso que nunca entendí esa relación tan estrecha entre esos dos colores. ¿Por qué el azul con el negro y no el verde o el rojo? Y ahora eso de ahí —que espero nunca pase de ser el pedazo de una camiseta vieja— aparece debajo del mueble del comedor, como si hubiera estado allí desde siempre. Y hoy que mis padres ya no están aquí, hoy que estamos solos, no tengo nadie a quien preguntar excepto tú. Pero mi pregunta es capciosa, porque solo puedes darme una respuesta. Y es justo la que quiero oír. Porque tú no sabes nada de ella y ella no puede salir de tus labios.



martes, 29 de septiembre de 2015

Dejarse el curro


Justo cuando estoy atravesando el pasaje me doy cuenta de que no tengo prisa. Quiero hacer muchas cosas hoy, pero no tengo prisa. El alrededor huele a humedad y a hojas pudriéndose, y refleja la luz de un día nublado. Antes no era así. Antes iba por el pasaje y salía de él, con la cabeza repleta de cosas que había lejos, muy lejos. 

Hoy es distinto. Hay una botella de ron vacía en un escalón y un vaso de plástico sucio, y yo los veo. Evito en el último momento pisar un trozo de cáscara blanca. Me fijo bien y sí, en algún momento de mi juventud vi algo parecido. No son huevos comprados en supermercado y, además, están rotos de un modo curioso, como si el hecho de romperlos fuera secundario o, más bien, como si romper el cascarón fuese un acto reflejo, como alimentarse, dormir, respirar, latir. Eso que se hace sin pensar, sin intención casi. «Nosotros cascamos los huevos de un modo determinado, muy distinto a como los rompen los polluelos», pienso. Y me doy cuenta de que hacía años que no podía pensar estas cosas, que hace unos meses, y aun semanas, era impensable para mí detenerme a buscar nidos yendo a hacer la compra un sábado por la mañana. 

No veo ninguno. Ni idea de qué tipo de ave acaba de incubar sus huevos en diciembre. Sin embargo, los rastros en el interior de la corteza me dicen que no ha pasado mucho tiempo, ni ha ocurrido a demasiada distancia. Al ser consciente de lo que está pasando, no me importa no haber encontrado el nido. Bajo los escalones esquivando los restos del botellón, salgo del pasaje y pienso que hay saltos al vacío que merecen la pena. 

Yo lo estoy comprobando ahora. Los polluelos lo comprobarán más adelante.

viernes, 3 de julio de 2015

El hombre en la pieza de Twitchett

Pero no quiero ser feliz. Quiero estar bien. Acabé convencido de esto hace unos días, cuando pasé por López de Hoyos de noche y no pude distinguir a simple vista si las ramas de los plátanos se movían o eran movidas. Fue lógico que, justo ahí, volviese a pensar en lo importante que es para mí la posibilidad frente al hecho. Quiero indagar sacando cosas fuera, como si quitase trastos de la habitación para poder barrerla o como si estuviese excavando una madriguera.

Ese hombre con la pluma en alto en la pieza de Twitchett es en realidad un lugar que espera ser habitado, porque una vocación no es unas ganas de hacer, sino unas ganas de ocupar un determinado espacio de una determinada manera. Unas ganas de viajar.

«Con lentitud, había ido abriéndose en ella algo intrincado y con mil cámaras que había que explorar con una antorcha».

El último yo es el que regresa para cuidar del resto y apagar así sus quejas, el que trata de contestar con su voz a otra voz ajena, extraña, extranjera. El último yo, por si había alguna duda, es siempre el que disuelve la presión.

Así que no me preocupa ahora no volver a soñar con ese lugar, sino volver a olvidarme de que existe y de que pertenezco a él. En su momento el deseo fue otro, pero estoy bastante convencida de que la solución ha de pasar de nuevo por una concepción espacial del problema.

Quiero entrar. Quiero estar dentro y escribir. Escribir, escribir, escribir.

Necesito viajar de nuevo.

Lectura de Orlando, de Virginia Woolf, traducido por Borges.