jueves, 29 de mayo de 2014

Hemos venido a darlo todo

Esto es lo que creo que dije en la presentación de Hemos venido a darlo todo 

Ante todo quiero dar las gracias al Museo Reina Sofía, a esta librería, a Sara, que es una pena que se esté perdiendo esto, a Íñigo López Palacios por acceder a estar aquí hoy y sobre todo a Ana, por tantas cosas.

Esta es la primera presentación al uso, con micro y todo, que organizamos en la editorial Ofegabous, así que estamos muy ilusionados por hacerla, aunque también es cierto que la presentación de un libro de Wences Lamas muy normal no puede ser. Ya os aviso.

Le pregunté en su momento a Wences qué quería que dijese aquí. Y él me contestó que lo que me naciera, lo que pensase realmente del libro. Yo creo que dijo eso porque no me conoce. Pero bueno, le voy a hacer caso igualmente porque en el fondo entiendo por qué dijo eso. Y es que sabe que una de las mayores virtudes de Hemos venido a darlo todo es que es un libro pensado para que cada ejemplar sea especial para cada lector. Y al fin y al cabo para eso estamos aquí, para daros una idea de lo que hemos publicado
 
Pues bien, en mi caso, lo que me viene a la cabeza cuando pienso en él es que este libro está vivo. Y voy a dedicar los siguientes minutos a explicar esto.

sábado, 24 de mayo de 2014

Decirte

Después te arropo. No sé si tienes frío o no, pero creo que te vas a quedar dormida dentro de poco y es mejor que estés tapada. Meto la mano por debajo del edredón y toco tu espalda desnuda. Me pregunto por qué lo he hecho. Me siento muy consciente de cada cosa que pasa a mi alrededor y de lo que hago, por eso me sorprende no tenerlo claro en este caso. No he conectado mi mano a tu espalda porque quiera comprobar la temperatura de tu cuerpo. Tampoco era por notar el tacto de tu piel. Es simplemente que quería seguir conectado a ti de algún modo físico. Me parece normal y bueno y ya no me pregunto más.

Desde aquí me apetece decirte que te quiero, pero no recordar que hay lugares desde los que no quiero decírtelo. Esos que me veo obligado a recorrer a diario y de los que conozco cada detalle y a los que no pienso dedicar una palabra más. Como te has quedado dormida ya —lo sé ahora por tu respiración—, no tiene sentido decirte nada, así que me callo. Pero creo que lo importante son las ganas. No sé qué sería de mí sin las ganas.

Estoy a gustito y se me ocurre la nefasta idea de decirte. O sea, lo que viene a ser describir a «la mujer que me acompaña», aquello que suele devenir en frases que dan tanto repelús como «ella es hermosa». Pero pienso que yo sería capaz de hacerlo bien, de describirte como lo hace la Woolf, de mostrarte sin poseerte, de renunciar a la prepotencia de creer que puedo definirte con precisión, que puedo saber más de ti de lo que tú sabes, renunciar a la pretensión de decirte sin tu voz. Pero al mismo tiempo pienso que quizá esto de sentirme capaz de algo así no es más que una excusa para hacer precisamente lo que todo el mundo hace y a mí me aburre tanto. Me doy cuenta de que el riesgo es demasiado alto. Prefiero callarme la boca.

lunes, 12 de mayo de 2014

Estimúlate la próstata


Hace unos días estaba muy cachondo, realmente cachondo, solo en casa y manos a la obra, es decir, estaba masturbándome. En la cabeza me daban vueltas las palabras de Diana J. Torres: «cualquier persona que tenga una próstata dentro del culo puede tener un orgasmo maravilloso con ella». Y la idea de explorarme me ponía todavía más cachondo. Miré de reojo el Pornoterrorismo, que ahora tengo en la mesita de noche porque una buena amiga me lo ha dejado y que sería lectura obligatoria en los institutos si viviésemos en un mundo sexualmente sano. La decisión, pues, estaba tomada.

Pero uno no puede meterse algo por el culo así, sin más, de modo que necesitaba ayuda. Pensé en qué había dentro de mi habitación que me pudiese servir. No quería salir al pasillo, que llegasen por sorpresa mis compañeras de piso y me pillasen yendo de un lado a otro empalmado; y, la verdad, tampoco se me ocurría nada que pudiese serme útil en toda la casa. De repente, me acordé de algo que me hizo levantarme y abrir el armario. Escarbé en los cajones, abrí cajas, desparramé los apuntes de la carrera y el abrigo sobre la cama… y al final encontré lo que buscaba: una bolsa del Mercadona con un tarro grande de vaselina. Compré aquello hace bastantes años. Acababa de leer el Manifiesto contrasexual de Paul B. Preciado, no quise ir a un sex shop para comprar lubricante y estaba claramente enfocado al ano. Recuerdo que me masturbé con un dedo metido. No fue nada espectacular. Supongo que por eso no repetí.

Lo del otro día fue distinto porque esta vez estaba claramente enfocado a la próstata. Y esa vaselina me venía de maravilla. Recuerdo que, fugazmente, me pregunté si esas cosas caducaban, pero estaba demasiado cachondo como para pensar racionalmente. De hecho, mi prioridad en la vida en ese momento era correrme. Todo lo demás había pasado a formar parte de un conjunto confuso llamado «ya lo pensaré luego».

Me metí el dedo sin problemas y por fin seguí masturbándome. Pero todo cambió al tocar, casi por casualidad —ni siquiera me había informado mínimamente de su ubicación—, cierto «bultito». Tuve que cambiar de postura para llegar mejor con el dedo corazón y comprobé que si me sentaba sobre mi mano, apenas tenía que hacer fuerza. Me corrí enseguida, y no fue una corrida normal.

La distancia que hay entre añadir la estimulación de la próstata a la masturbación y no hacerlo es abismal, nunca mejor dicho, porque se trata de dos niveles distintos: el superficial y el profundo. Lo que un hombre espera cuando se le dice que el placer será mayor es solo un placer más evidente, más explosivo… pero en este caso es todo lo contrario. De hecho, la primera sensación que tienes es de que no está pasando nada, de que nada se ha añadido a lo que ya había, pero luego, de algún modo, sigues y sigues hasta darte cuenta, incluso puede que cuando ya hayas terminado, de que el placer ha sido mucho más intenso, aunque también mucho más disimulado. Esto es extraño, ya digo, para cualquier hombre. Es para mí difícil de explicar bien, pero lo intentaré. Para ello tendré que contarte primero un asunto personal que solo he superado —y solo en parte— llegando a la treintena. Y sí, es un asunto sexual.