miércoles, 26 de septiembre de 2012

Antisturbios

De un tiempo a esta parte tengo una fantasía que se repite cada cierto tiempo. Más concretamente me visita cuando veo en la calle o a través de una pantalla cómo un grupo de antidisturbios protegido hasta las cejas aporrea a gente sin armas ni defensa. La fantasía consiste en que entre el momento de subir y bajar las porras, los pies de los antidisturbios quedan cercenados sin explicación. Pies separados del cuerpo con un corte limpio que no ha venido de ningún filo. Simplemente ocurre, sin violencia, y mientras sus botas calzadas quedan en otro lado, inútiles, los antidisturbios caen al suelo como morcillas, salpicando un poquillo. 

Esta fantasía me proporciona placer y viene a mi mente sin que yo la convoque.

¿Es delito desear el mal ajeno?

viernes, 14 de septiembre de 2012

Va como va, Ovidi Montllor


Va como va 

A ti te cabrea mucho que yo te tenga manía.
Va como va.
A mí me cabrea mucho que vayas haciendo cría.
Va como va.
A ti te han dicho «precioso», a mí me han dicho: «tú calla».
Va como va.
Y yo no quiero callar mientras tú tienes las riendas.
Va como va.
A ti te han dibujado y yo rompo la pluma.
Va como va.
A mí me han hecho lleno de odio, a ti te han hecho de goma.
Va como va.
A ti te han dado la herencia, a mí me han dado la vida.
Va como va.
A mí me toca luchar, a ti tomar la medida.
Va como va.
Si yo no tengo para mí, si tú no tienes nunca suficiente.
Va como va.
Y eres tú quien recibes de mí, yo de ti cobro un sueldo.
Va como va.
Si yo ya me he cansado de ir viviendo diciendo 

¡eh! va como va,
piensa que sólo diré hasta que más no podré:
va como quiero, como queremos.

(La traducción es mía, así que perdonad los errores…) 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Deconstrucción contra los totalitarismos

La metafísica.

Para los que no estéis familiarizados con la deconstrucción, voy a realizar un pequeño resumen —y que Derrida me perdone—. Los que ya sabéis de qué va esto pasad al siguiente punto, que no quiero aburrir a nadie.

Lo que denuncia esta estrategia —mejor que «teoría», como se verá— es el modo en que la mente occidental comprende el mundo. Desde el principio de los tiempos —o, al menos, desde Sócrates— Occidente ha establecido la base de su pensamiento en una serie de oposiciones binarias jerarquizadas para poder estructurar y fijar cualquier realidad. Este conjunto de oposiciones suele recibir el nombre de metafísica, y en torno a ella se han cometido grandes barbaridades.

¿Qué significa «oposición binaria jerarquizada»? Bien, vayamos por partes. Dos términos opuestos como todo/nada o arriba/abajo son oposiciones binarias. Cuando usamos la palabra jerarquizada, queremos decir que a uno de los polos se le da más importancia que al otro.

Permitidme que ejemplifique de manera burda el funcionamiento de esta metafísica.

Si damos por sentado que el mundo se divide en bien o mal y las personas pueden ser hombres o mujeres, ¿cuál es la relación necesaria que se da entre estas posibilidades? Está claro: el hombre está del lado del bien y la mujer del contrario —es fundamental que os deis cuenta de que en una oposición siempre hay un término que sale ganando—. Si no os creéis esta asociación arbitraria, daos cuenta de que así viene reflejado en la mayoría de textos fundacionales del pensamiento occidental y, sobre todo, en el más importante de ellos: La Biblia.

Dadas las siguientes oposiciones: bien/mal – hombre/mujer; estas se relacionan tradicionalmente del siguiente modo: bien-hombre y mal-mujer.

Pero el problema es mucho más complejo. Si existe el día y existe la noche, ¿cuál de los dos guarda una equivalencia con el bien y, por ende, con el hombre? Ya sabéis, ¿no? El sol, la luz, la claridad, la verdad, etc. siempre caen del lado del hombre. Y así en todos los casos y hasta el infinito, creando una red que condiciona cualquier pensamiento y sistematiza el mundo.

Os suena absurdo, ¿verdad? Lo es. ¿Es que hemos fundamentado nuestra cultura en torno a relaciones arbitrarias? Para mí es evidente. Que salta a la vista, vamos.

Lo malo del caso es que nuestra mente, lo queramos o no, funciona con estas relaciones lógicas, aunque no necesariamente verdaderas. O sea, una cagada que no podemos dejar de repetir. Aunque…

Estrategia antitotalitaria.

Tuve la suerte de que Manuel Asensi, profesor de Teoría de la literatura en Valencia, me hiciera ver en su día que la deconstrucción, lejos de ser una teoría, es una estrategia, como afirmaba el mismo Derrida. Asensi nos lo explicó del siguiente modo: la práctica deconstructiva consiste en una estrategia sin finalidad y sin método que persigue un grado de indecidibilidad que ponga en cuestión las oposiciones binarias jerarquizadas. Esto la convertía —sin ser ello una característica esencial suya— en una máquina contra cualquier tipo de dogma, provenga de donde provenga.

A continuación os indico tres de las formas más simples de atacar estas oposiciones. Por seguir con el ejemplo anterior, partiré otra vez de la oposición hombre/mujer.

Cambiando el orden jerárquico:

hombre(+)/mujer(-) por mujer(+)/hombre(-); como hace el feminismo de la diferencia, ensalzando las virtudes del género femenino y denunciando los defectos del masculino.

Creando una equivalencia:

hombre = mujer; como hace el feminismo de la igualdad, situando ambos términos dentro de uno.

Creando estados intermedios:

hombre -(homosexual-bisexual-intersexual…)- mujer; como hace la teoría queer, debilitando la solidez de la oposición añadiendo algo en medio que participa a la vez de ambos términos.

Si esta estrategia se pone en marcha con la suficiente vehemencia, ¿cómo podría defenderse de ella la supuesta superioridad de una raza, sexo, religión o ideología? Cualquier totalitarismo se basa en un sistema de dogmas inquebrantables que inclinan la verdad hacia un lado de las oposiciones. Si atacamos ese sistema, empezamos a destruir el totalitarismo.

El indecidible.

Esta estrategia, por su naturaleza, solo puede usarse dentro de la esfera del discurso. Por eso en literatura es relativamente fácil encontrarla y, de hecho, el mismo Derrida acude a un ejemplo literario para explicarla en un capítulo del volumen tercero del Tableau de la littétature française que se llama, precisamente, Mallarmé.

«Cualquier texto de Mallarmé está organizado de modo que en sus puntos más fuertes el sentido permanezca indecidible; a partir de ahí. el significante no se deja penetrar, perdura, resiste, existe y se hace notar. El trabajo de la escritura ha dejado de ser un éter transparente. Apela a nuestra memoria, nos obliga, al no poder rebasarlo con un simple gesto en dirección de lo que “quiere decir”, a quedarnos bruscamente paralizados ante él o a trabajar con él. (…) Sucede con mucha frecuencia que Mallarmé coloca el nombre or tras el adjetivo posesivo son (son or). Pero son or (su oro) suena igual que sonore (sonoro), con lo que nos hace dudar entre la forma del adjetivo calificativo y las del nombre precedido del adjetivo posesivo; y, aún más, nos hace dudar del valor de son (su) y son (sonido) adjetivo posesivo y substantivo: son or (su oro, el suyo), le son or (el sonido oro, sonido color oro, que tal es el color fundamental de la música y de las puestas de sol para Mallarmé), el son or (la vacuidad del significante fónico o gráfico “or”)».
«Mallarmé» en Tableau de la littétature française, vol, III, París, Gallimard. 1974, pp. 368-379. Traducción al español de Francisco Torres Monreal en «Antología», Anthropos, Revista de documentación Científica de la Cultura (Barcelona), Suplementos, 13 (1989), pp. 59-69. Yo lo he sacado de la edición digital de Derrida en castellano.

Otro ejemplo literario que podría venirnos bien y que nos queda más a mano —por lo menos a mí, que tengo el libro en mi estantería— es un terceto de Quevedo, de su soneto A Apolo persiguiendo a Dafne:

«Volvióse en bolsa Júpiter severo;
levantóse las faldas la doncella
por recogerle en lluvia de dinero.»

Con estos versos Quevedo no deja claras las razones por las que levanta «las faldas la doncella». Ahora me diréis que soy un ingenuo, que es evidente por qué lo hace. Pero donde yo quiero ir es un poco más lejos. El poeta está diciendo dos cosas a la vez:

  1. Que la doncella no despreciaba el dinero (porque lo recoge con sus faldas).
  2. Que la doncella se prestaba al sexo (porque levanta sus faldas).

El primer nivel es el explícito y el segundo es el implícito, donde vive la ironía. Lo que me parece más importante es el hecho de que no importe cuál de los dos niveles es más importante, sino que los dos son relevantes porque la gracia está en que existan al mismo tiempo.

Por si alguien todavía no lo tiene claro, usaré el Cubo de Necker como último recurso:

Nadie puede saber cuál de las líneas que se cruzan está en frente y cuál detrás. Esto es así porque este cubo es ambiguo, ya que puede interpretarse de dos maneras distintas.

Pero lo que me interesa de este ejemplo no es su ambigüedad, sino la imposibilidad de decidir que ella genera, porque a la pregunta «¿cuál de las dos interpretaciones posibles es la verdadera?» no hay respuesta. Sencillamente eso. No hay respuesta.

Si conseguimos convertir cualquier dogma en un Cubo de Necker, imposibilitamos el totalitarismo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Control

Estoy en la ducha frotándome la polla con la esponja cuando de repente escucho a mis vecinas orientales conversar a gritos al otro lado del patio. Me la agarro y digo en voz alta —mis compañeras de piso no están— «¿qué pasa, putillas vietnamitas?».
Inmediatamente me doy cuenta de que ni siquiera estoy cachondo y que quizá no debería de haber dicho eso. Pronto me arrepiento mucho de haberlo dicho.
¿De dónde habrá venido esa frase? ¿Por qué la he pronunciado yo? Lo cierto es que me ha salido de dentro. Lo he dicho sin pensar y sintiéndolo. De hecho, ha venido directa de mi interior, no como mi arrepentimiento, que ha nacido a posteriori. Así es que, sea como sea, aunque me dé vergüenza, yo soy una persona que se la agarra y dice «¿qué pasa, putillas vietnamitas?».
Mientras me enjuago tengo una inevitable conversación imaginaria con Lucía.
—¿Qué harías tú si fueses dos personas? —le pregunto.
—Las personas tienen que ser naturales, decir lo que piensan y comportarse como se sientan —me responde la Lucía que tengo en mi cabeza.
—Sí, ya, pero ¿y si lo que soy en realidad no me gusta?
—Entonces, si te niegas a ti mismo, estás viviendo una mentira. Y eres falso con los demás.
—Pero ¿no hace eso todo el mundo? ¿La gente no se muerde la lengua por no insultar? ¿No se humillan todos por dinero?
—Sí, pero hasta cierto punto. La verdad siempre acaba saliendo a la luz.
—Entonces, ¿qué hago? ¿Qué se supone que tengo que hacer si cada vez que me paro a pensar descubro en mí una incoherencia más?
—No te preocupes tanto por el control.
—En ese caso me quedaría solo.
—Entonces es porque lo mereces.