domingo, 18 de julio de 2010

Rusalka

Pero tú, pequeño, no me vas a hacer daño. Ya todo me lo hice yo. ¿Qué me vas a contar? Quise degradarme por voluntad propia y mi estado actual es todavía peor de lo que desee. Ven aquí, tócame. Yo le amaba, ¿sabes? Le abracé antes de que él pudiera abrazarme, le besé antes de que él supiera que yo podía tener labios. Se bañaba en mis aguas cuando yo no era más que agua. Agua deseante. Mira, la curiosa luna escudriña nuestras almas. Es por eso que su sonrisa es socarrona esta noche. No puedes rechazarme. Te llevo siglos de ventaja. Ya todo lo desdeñable que había en mí fue desdeñado. ¿Sí? Y ¿cómo pretendes hacer eso, pequeño? ¿No me escuchas cuando hablo? ¿Acaso no te dije que soy inmortal? Nunca nadie había encontrado el camino que lleva a mi cueva desde que vine a vivir en ella. Nunca nadie me había mirado desde entonces con esos ojos. Yo una vez fui hermosa, ¿sabes? Pero mis pies no me servían para caminar. Le pedí ayuda a mi padre y me recomendó a la bruja del lago. Me gusta que me mires así. Tiene que quedarte bien claro que esta cueva que habito no pertenece a tu mundo. No quiero saber nada de tu mundo. Todavía recuerdo aquella mañana. Mi precioso cabello dorado chorreaba pegado a mi cuerpo. Su trofeo de caza. Hermanas, hemos perdido a una de nosotras. La más preciosa de sus ciervas. No más que magia que pasará y se disolverá en nieblas errantes. No es morir lo que deseo, porque ya estoy muerta desde tiempos inmemoriales. Lo que quiero es ser nada. No, idiota, ser amada no. Ser na-da. Desaparecer. Pero era inconstante. No merezco más. El monstruo. Ellos me llamaban el monstruo. En vano buscó en mis ojos para entender el misterio. Odioso mundo el de los humanos… Por cierto, ¿has visto ya los blancos pétalos de los nenúfares? Ellos eran mis únicos acompañantes en esta fría cámara nupcial hasta que llegaste tú. Te quiero mucho. Hay cosas que tienes que aprender. Nunca me lleves la contraria. No hay diferencia entre querer y dar la razón. Cuánta razón tenía mi padre: lamentable y pálida fui, blanca y fría sonámbula, caída en la red de mi propio mutismo. No te interesas por mí. Se nota. Tienes que hacerme sentir especial. ¿Que cómo dibujo estas cucarachas? Simplemente mojo el pincel en el agua oscura que ahora empapa tus calcetines… Me gusta crearlas para morir. Hacerlas mortales. Que mueran. Nacida de templadas aguas, no sé lo que es la pasión, por eso disfruto al contemplar el extraño fuego que arde ahora en tus ojos. No es más que una eterna herida. Pero él no era constante. Eh, tranquilo, estoy aquí. No voy a desaparecer de repente. Viva y muerta al mismo tiempo, no puedo morir del todo, ni tampoco estar completamente viva. Dibujo lo que deseo. Ellas también nacieron del agua, y ahora son mis nuevas hermanas. Vivo a solas con ellas. ¿Acaso crees que para mí es fácil? Me gusta que tiembles así. Me aturde tu calor. Luego el pelo se me tornó del color de la ceniza, mis ojos se apagaron. Ah, tú estás completamente enamorado de mí. Comprendo que estés asustado. Sólo sangre humana puede lavar mi herida. Pero que quede claro que fue él el inconstante. No quisiera hacerte daño, pequeño. Soy sólo una burbuja vacía. La inconstancia es mi esencia. Nunca más le veré. Ni quiero. Que sea feliz. Ahora extravío a los viajeros en los cruces de caminos. De mi abrazo no hay retorno. Una cosa que no vale la pena. Ya lo ves, amor mío, al final se trata de morir o de matar. Tú me amas, me amas. Y si no puede morir aquello que no está vivo, ¿qué crees que pasará ahora, pequeño? Una inutilidad pálida, lunar, como mi padre decía. ¿Morirías por mí? Hazme caso. Toda pasión es una pérdida de tiempo. Anda, vete.

domingo, 11 de julio de 2010

El ACMÉ

Para que nadie se sienta defraudado —pero eso a veces es inevitable— en la puerta del ACMÉ ya lo dice claramente:

PARA ENTRAR AQUÍ SE REQUIERE TODA LA ESPERANZA POSIBLE.
Una vez se entra es sábado y la bandeja de metal es un espejo circular y a Necker le duele la cabeza y juraría que hay espacios que apuntan a otros espacios. Pero quizá se deba únicamente a que las luces del cuarto de baño se sostienen gracias a la cinta americana. Con cinta americana el desagüe del grifo de la cerveza, las patas de cada mesa, el pomo de la puerta, las puertas del baño, la cafetera toda, cada manguito, las estanterías, las baldosas. Las gasas. Las uñas. El pelo. Los sexos. Y las palabras.

Necker se pregunta cómo se puede escribir sobre el deseo desde un bar repleto de cucarachas. ¿Qué ganaríamos con eso si cada taza de café es la casita de una familia de insectos? Por eso Necker no le dice a Mario que quiere ser un cuerpo abierto al mismo tiempo en los dos sentidos de una misma dirección. ¿Cuál crees tú que es la chica más guapa que hay esta noche en el ACMÉ? Uno de esos días en los que los objetos no te siguen la corriente, venga a gastarse el dinero la gente en cubatas. Casa de cabro. Me voy al segundo un cuarto de baño. ¿Cuál es el cóctel más dulce? Tu puta madre en almíbar. Necker se pregunta qué más puede hacer para que todo el mundo sepa que por dentro no es más que un caramelito tembloroso. ¿Que no sabes que hoy estoy demasiado sensible? ¿Cómo es que no te das cuenta? Si me das la mano, ¿no me estás tocando el corazón? Cuando Mario dijo aquello de hoy pienso emborracharme, ¿quieres una copa? ya era demasiado tarde, pero cuando dijo yo de Dubonnet con hielo, las rodillas de Necker se pusieron a repicar ellas solitas. ¿Es que nadie entiende el amor como yo? Mario dice —mientras machaca la hierbabuena, el azúcar, el zumo de limón y la angostura— debes aprender más de ti mismo y no pensar sólo en mí. Y quieres que el lavavajillas digiera las copas rotas, que sean ellos, pues, quienes hagan las restas, que la caja registradora no caiga por su propio peso, que el agua deshaga también los pelos como hace con el papel. Mario dice —mientras añade la nata líquida a tres rusos blancos, mientras calienta la leche para un cortado, mientras cubre de nata montada un brownie acabadito de hacer— no puedo continuar siendo sólo tuyo. Que los discos dejen de sufrir ataques de ansiedad, que el corazón te permita preguntarle de qué tamaño la quiere sin que tu voz parezca un pequeño saltamontes. ¿Me dejas pasar, por favor? Mario dice —mientras desliza un trocito de pepino dentro del Hendrick’s— puedes pegarme todo lo que te dé la gana, pero yo ya no te quiero. Perdona, pero ¿eres tú la cocinera? Que no se te note, que sea suave al devolverle el cambio en la mano, que no te miren más, que no te miren más. No creas que no me acordaba. Que no te pidan precisamente Ribera de Duero. Encantada. Que quede seitán para toda la noche. Esto que has puesto es Lou Reed, ¿no? Que querer no sea tanto. Mayte no me había dicho que tenía un hermano. No querer tanto. ¿Qué haces luego? No querer así. ¿Puedo pagar con tarjeta? Claro. Pero restos de insecto aparecen pegados al ticket justo debajo de FIRMA DEL CLIENTE. Justo hoy hace diez años que me enamoré por primera vez. Necker ha visto que uno de los granos de café preparado para pasar por el molinillo se movía por cuenta propia y quisiera que nadie le pida un cortado esta noche y que nadie le pida usar nunca más ya la cafetera. No quiero olvidar. ¿Qué hago ahora con estas perlas de lluvia venidas de países donde no llueve? ¿Nadie ha visto dos extremos alejarse desde el centro? Justo antes de que Mario coloque la cecina sobre la tosta, una cuqui se da prisa y se esconde en uno de los huecos de la levadura. Dos minutos más en el hornillo y la cena estará lista. Mientras, una chica nacida en Luxemburgo quiere una caña sin y Necker no podía saber que esa cucarachita había elegido para pasar la noche precisamente el interior de ese grifo de cerveza. No quisiste comprender mis palabras imposibles. Te conté la historia de ese príncipe que murió sin haberte encontrado, sin haberte siquiera buscado. También la de esos dos amantes que se calcinaron el corazón mutuamente. Carlos recoge el cigarrillo del cenicero creyendo que no lo comparte con nadie y de repente hay una explosión y algo negro sale volando en llamas y el cigarrillo acaba descapullado. Me queda la sospecha de que ella intentó amarme. A menudo se ha visto que de improviso arde un volcán que se creía mudo, que las tierras quemadas de nuevo reverdecen, que el sol parece incendiarlo todo uniendo el rojo y el negro justo antes de que la oscuridad sea completa. ¿Quieres deprimirnos a todos, Mario? Quita eso, haz el favor. La chica que también viene los viernes por la tarde le da un sorbo al café y de su boca saca con la punta de los dedos una cucaracha hervida. No, Mario, pon otra cosa.

domingo, 4 de julio de 2010

El lenguaje secreto de algunos camareros

Ver a Necker trabajar era divertido porque cuando hacía cafés no los hacía y cuando cobraba en realidad también estaba regalando. Esto solía irritar mucho a la gente, pero para mí era un placer asistir a semejantes portentos, y por eso acudía al ACMÉ a menudo. De algún modo Necker se me hacía transparente como ninguna otra persona, aunque, por otro lado, resultaba ser para mí un verdadero misterio.
Hace unos días me sirvió la cena y la retiró al mismo tiempo de tal manera que el plato —ensalada de cous-cous con lima y hierbabuena— quedó en un curioso estado de presencia-ausencia. A mí me sobrevinieron unas ganas tremendas de levantarme y aplaudir aquel virtuosismo, pero el temor a que nadie entendiese mi entusiasmo y me tomaran por loco me obligó a dar las gracias en un tono meramente simpático. Necker me dedicó un gesto que no supe si interpretar como un reproche o una disculpa. A decir verdad ni siquiera estoy seguro de que me lo dedicara.
Tuve problemas para meter el tenedor en aquel plato intermitente, pues ignoraba de qué dependía su presencia o su ausencia. Al principio pensé que quizá debía yo adoptar una actitud concreta frente a la ensalada. Ensayé unas cuantas —dominante, pasiva, eufórica, depresiva, etc.—, pero pronto advertí que aquello era del todo inútil. Después probé con diversos grados de inclinación de mi espalda, pero el plato aparecía y desaparecía con independencia de mis movimientos. Tampoco mirar fijamente o de soslayo me proporcionó ningún resultado. Finalmente di con la solución: todo dependía de si concentraba mi atención en las hojitas de hierbabuena que yo sabía que contenía la ensalada. Pude así por fin cenar tranquilamente, pero con esfuerzo.
Mientras degustaba aquel maravilloso —nunca mejor dicho— cous-cous, pensé que una hojita de hierbabuena no era cualquier cosa. En cierto modo era posible justificar la propia existencia con una de ellas. Imaginé una hojita tallada de una forma indiscutiblemente hermosa. Imaginé después un sistema filosófico infalible creado en torno a sus nervaduras. Luego toda una sociedad entera basada en su olor y su sabor, en su color, en su tacto. Ciudades enormes entregadas a las propiedades de una hoja singular y hermosa. Un mundo que se ha dado cuenta de la belleza que puede haber en una simple hojita…
Sumido en aquellos pensamientos terminé la ensalada y, en el centro del plato, evidente y majestuoso, restó el flamante objeto de mis cavilaciones. Yo la observaba atento y entregado. Después, movido por la admiración que me despertaba, quise construir edificios en su honor, escribir páginas perfectas para merecérmela, acercarla a mí, subyugarla, dominarla, poseerla en definitiva; y pinché el tenedor en la hojita y me la llevé a la boca. Tragando felizmente me percaté de cierta cosa: aquella hojita ya no estaba en ningún lado. Yo me la había comido. Bueno, pensé, supongo que es posible sublimarse mediante una hojita de hierbabuena, pero desde luego nunca interviniendo en ella…
Entonces mi mirada se cruzó con la de Necker que, desde detrás de la barra, me contemplaba como si con su forma de servir-retirar mi cena hubiera querido que yo me fijara precisamente en esa hojita, o como si estuviese pensando qué era exactamente lo que había servido en mi mesa para no equivocarse a la hora de sacar la cuenta. En sus ojos vi decepción e indiferencia. ¿Había entendido mal el mensaje? ¿Acaso no me sentía ni mejor ni peor después de comerme la ensalada? Al fin y al cabo, ¿existía aquel supuesto mensaje? ¿Cómo podía estar nadie seguro de nada que tuviese que ver con Necker?