«Lo mejor de estar en paro, además de poder pasarte todo el día en pijama, es la cantidad de tiempo libre del que dispones para dedicar a perversas ensoñaciones y posibles planes maléficos de dominación mundial. Me requetencanta inventarme historias de mundos paralelos en los que llevo a cabo mi cruel venganza contra la sociedad de consumo, pequeñas fábulas tipo what if... Cayo Lara fuera presidente? Acojona, ¿eh?».
Así empieza 2013, la primera novela —por etiquetarla de algún modo— de Lucía Muñoz Molina, también conocida como Filósofa Frívola. Y, para que os hagáis una idea del resto, a partir de este párrafo se desarrolla la ¿trama? sin que pierda ni un poquito de frescura, de ritmo o elocuencia hasta la página 80 —que es la última, claro—. Del texto podría decirse que es una utopía —ya puestos a etiquetar, de perdidos al río—. Al menos, lo que mola de las utopías es que te hablan del mundo en el que vives de forma indirecta, y este texto lo hace.
El libro |
De todos modos, en el caso de que 2013 sea ciertamente una utopía literaria, se trataría de la más efímera que he conocido. Lo cual la hace doblemente atractiva porque supone un posible dos por uno, en el caso de que se la lea antes de la nochevieja de este año. A partir de allí, 2013 tendrá una nueva vida, pero, evidentemente, todavía no sabemos cuál. Desde mi punto de vista, en el peor de los casos terminará siendo una ucronía. Pero eso ya es demasiado personal. Cada uno con sus gustos.
Sea como sea, lo que está claro es que, para mí, «lo mejor de estar en paro» es que escritoras como la cervantino-dantesca Lucía Muñoz pueden dedicar su tiempo a escribir. Sí, habéis leído «cervantino-dantesca». Esto también es una opinión muy personal, pero voy a intentar defenderla.
Escribo «cervantina» por la aparente improvisación que recorre el texto, como si los personajes y los escenarios estuvieran siendo creados al mismo tiempo que se leen; por los juegos con el marco narrativo, que te llevan de un lado a otro y hacen imposible la sensación de anquilosamiento; y por los personajes que aparecen y desaparecen, como cierto asno.
Y escribo «dantesca» porque, del mismo modo que el repipi trecentino de la literatura metió en el cielo o en el infierno a amigos y enemigos, respectivamente, como le dio la gana, algo parecido hace Lucía; pero ¿quién puede reprochárselo si, al fin y al cabo, 2013 es una de sus personales «perversas ensoñaciones», uno de sus «posibles planes maléficos»?
Filósofa Frívola dantesca |
Una vez dicho esto, hay que hacer honor a la verdad, y la verdad es que el libro está muy bien, pero lo que más mola de 2013 es la autora. Si has llegado aquí por ella —lo más probable—, que sepas que su libro no te va a defraudar porque no puede ser más de su puño y letra. Dos de las características que posee el texto son las que mejor la definen: la ambigüedad y el desparpajo. Ella diría que no, que lo que es es graciosa y punto. Posiblemente tenga razón, pero aquí volvemos a entrar en el terreno de la opinión personal.
Ya tener una personalidad reconocible en Internet hace que por fuerza tengas algo parecido a una doble identidad, pero si a esto le añades la peluca rubia de Filósofa Frívola, es inevitable un cierto halo de misterio. Aunque lo que más confunde a la gente es, sin duda, su magistral uso de la ironía. Si quieres saber de lo que te hablo, pásate por su Twitter. Pero no leas un solo tuit, léete unos pocos, y hazlo siempre alerta por los posibles dobles sentidos y la ambigüedad, no vaya a ser que tú también acabes siendo uno de los confundidos.
La autora |
Ya sea Filósofa Frívola, @luzhilda, o Lucía Muñoz Molina, siempre se expresa con desparpajo y con una libertad que para muchos es indigerible, pero para otros es valiosa por escasa. Yo —no sé si a estas alturas es necesario decirlo— soy más de los de la segunda opinión.
Porque sí, lo admitiré sin tapujos y sin miedo a que se considere este comentario un micromachismo más: Lucía me pone —como a ella le pone, supongo, Roberto Monzón Carrascosa, ¡perdón!, quería decir Alberto Garzón Espinosa—. Pero bueno, que nadie se mueva a engaño porque estoy comprometido —y, además, muy probablemente esto lo esté leyendo mi novia, ¡hola guapi!—. Y digo que no tengo miedo a que se me tache de machista por esta afirmación porque Lucía me pone más allá del sexo, incluso del género. De manera que a nadie debería extrañarle que este final parezca más el de una carta de amor que el de una reseña.