Con el paso del
tiempo, en vez de ir acostumbrándome a la presión, me siento más y
más indefenso, porque fracasar todo el rato, intentando lo que
intente, hace que ya no tenga ganas de
volver a intentarlo. Sé por qué la presión aparece, pero no tengo
ni idea de por dónde viene, y es ahí donde me vence. Así que el
problema, como siempre digo, es espacial: la huida, la caída, la
ascensión, la ida, la vuelta, salir, entrar, encontrarse…
Pero no, no es verdad que esté del todo indefenso. Me lo está diciendo el que avance mientras escribo. Es simplemente que llevo mucho tiempo sin hacerlo. Solo hay un modo para mí de emprender este viaje por el que canalizo la presión y que se supone que es imbloqueable. El camino al trabajo, poner la lavadora, el rutinario no poder pensar, etc. solo lo hacen borroso. Escribir me permite coger la presión con las dos manos y apoyarme en ella para ascender, para ser yo mismo. Porque no puedo ser otra cosa que mi control sobre mí.
Ya no estoy en el sitio desde el que empecé el párrafo anterior. De hecho, no estoy de acuerdo ni con el primero. El viaje es corto, pero radical, porque al llegar el lugar es siempre otro y mi relación con la presión cambia completamente.
Doy por perdida mi batalla porque mi objetivo era eliminar al enemigo, y eso es imposible para mí. Me resigno a convivir con la presión de un cierto modo. Como convive alguien con su cansino hermano siamés, pero teniéndolo entretenido fregando los platos.