Lo cierto es que, esté en la intención de los publicistas o no, el discurso que genera su trabajo conlleva necesariamente una «visión del mundo», es decir, una interpretación de nuestro alrededor. Y no queda otra, porque para crear una ficción, por pequeña que sea, es necesario crearle un marco, un lugar en el que desarrollarse. Y toda visión del mundo incluye inevitablemente una perspectiva ética y política, es inseparable de una ideología concreta.
Cualquier obra de ficción, sea una novela o
un anuncio, es responsable del mundo que representa, del mundo
tácito, si queréis, que la envuelve. Y a mí esto no me parece
inocente porque quien percibe la ficción puede adoptar completamente
o en parte esta «visión del mundo» de la que estábamos hablando.
Para hacerme entender mejor cito un
párrafo de Crítica y sabotaje, que es el libro que me ha inspirado esta entrada:
«Por “acción modelizadora” hay
que entender la acción consistente en determinar sujetos (cuerpos,
gestos, acciones, discursos, subjetividades) que se presentan,
perciben y conciben el mundo y a sí mismos según modelos
previamente codificados, esto es, ideológicos, cuya finalidad es la
práctica de una política normativa y obligatoria, y cuya estrategia
consiste en presentarse como “naturales”».
Manuel Asensi Pérez, Crítica y
sabotaje, Barcelona, Anthropos, 2011, p.15.
Como explicaba más arriba, cualquier
discurso cumple esta función modelizadora porque, en menor o mayor
grado, contiene una ideología, una «opción de realidad»,
cualquier discurso conlleva su particular opinión sobre lo que es
«normal». Y me atrevo a decir que en la «visión del mundo» que
se sobreentiende en ciertos anuncios estriba el peligro que ellos
tienen, pues nosotros pensamos el mundo a través de las
interpretaciones que vamos encontrando de él a lo largo de nuestra
vida: lo que nos dicen nuestros padres, lo que nos dicen nuestros
profesores, los libros que leemos, la televisión que vemos y hasta
lo que encontramos en nuestro muro de Facebook o el TL de Twitter. Es
por eso que los anuncios no son inocentes. En realidad, ningún
discurso lo es.
No considero necesario aquí, por
obvio, profundizar en el hecho de que es muy difícil que un anuncio
contenga un mensaje político a tu favor si no tienes una empresa que
factura millones de euros. Teniendo esto claro, ¿cómo reaccionar?
¿Qué actitud tener ante el bombardeo de anuncios al que nos vemos
sometidos en cualquier situación cotidiana?
Es posible reaccionar de forma pasiva.
«Lo que hay que hacer es ignorar los anuncios» es quizá una de las
ideas que más he oído y leído. Es como opinan los que creen que
los culpables somos nosotros mismos, que no ponemos las suficientes
barreras para impermeabilizarnos bien contra los «lavados de
cerebro» que los poderosos —léase «el capital»— nos intentan
inocular, que no somos los suficientemente críticos, etc. Quizá
tengan razón, pero yo creo que los mensajes proyectados por los
grandes medios de comunicación, de un modo u otro, nos acaban
llegando gracias a su maniobra envolvente, y los que mejor lo hacen y
durante más tiempo son los del poder, pues los mass media se
venden al mejor postor, como es lógico. Podemos defendernos de ellos
solo hasta cierto punto, porque queremos seguir viviendo en este
mundo, y es aquí donde no es posible ignorar del todo los discursos
de quienes están en el poder, por lo que su acción modelizadora
actúa igualmente, a un nivel tan profundo que a veces cuesta detectar incluso en nosotros mismos.
Por lo tanto, si el discurso de los
anuncios no es inocente, si nos va a llegar de todos modos y si no
basta con una actitud crítica, pero pasiva, ¿cómo actuar? ¿Cómo
podríamos combatirlo de forma activa nosotros, los que no poseemos
los medios de producción y por consiguiente, tampoco los de
comunicación?
Por un lado, ha quedado claro que a
nivel pasivo (individual) es responsabilidad de cada uno lo expuesto
que se está —o mucho o poco, pero nunca no expuesto— al discurso
del poder. Por otro lado, a nivel activo (social) yo solo encuentro
una forma de combatirlo: generar discurso crítico, es decir, un
discurso a la contra.
Y esto puede hacerse de dos modos:
- Mediante un trabajo teórico: analizando los anuncios, delatando la «acción modelizadora» de sus discursos y explicando por qué resulta peligrosa.
- Mediante un trabajo estético: usando las mismas herramientas ficcionales, generando respuestas artísticas con una «acción modelizadora» contraria. El mejor ejemplo, en el caso concreto de los anuncios, son las parodias.
Ambos son críticos, pero ambos son
también teóricos y, a la vez, estéticos. La diferencia que hay
entre estos dos modos es solo de grado: los primeros le dan mayor
importancia a la teoría y los segundos a la estética.
Yo me inclino claramente por las
parodias, y no solo porque sean más divertidas o porque el formato
de vídeo —en el caso de los anuncios televisivos— las haga más
atractivas, sino fundamentalmente porque tienen la ventaja de usar la
repercusión de los mass media a su favor. Digamos que son una forma muy eficaz de encriptación anticapitalista.
Responder a la propaganda del poder no
ayuda a su difusión avivando su fuego, como algunos creen, sino que
lo contrarresta, pues opone una visión del mundo a otra, creando así
una posibilidad de elección de ideología en el público, incluso en
aquel al que «no le interesa» la política.
La gran
suerte que tuvo el señor Edward Bernays —cuya obra
recomiendo a los que todavía penséis que la propaganda es inocente—
es que no encontró en el enemigo alguien que pudiera generar un
discurso a la contra con la suficiente gracia.
Me queda bastante claro que los anuncios y tú tenéis más o menos lo mismo de inocentes. Esa es mi conclusión después de leer esto... :D
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