miércoles, 10 de agosto de 2011

Primera guinea para el 15M

Últimamente tengo la manía de mirar todo lo que leo como si estuviese en la calle, como si leyese desde la calle. Igual estoy tumbado sobre mi cama a las siete —ahora que tengo las tardes libres, claro— leyendo apaciblemente un ensayo de Virginia Woolf y, de repente, resulta que estoy bajando por la calle Montera hacia la Puerta del Sol que nació el 15 de mayo. Le doy vueltas al libro y resulta que sí, que no puedo estar equivocado, que allí lo dice bien clarito:

«Constrúyalo de acuerdo con criterios propios. No ha de estar construido con piedra labrada y vidrios policromos, sino con un material barato y de fácil combustión que no acumule polvo ni perpetúe tradiciones. Que no tenga capillas. Que no tenga museos y bibliotecas con libros encadenados y ediciones príncipe en vitrinas. Que los cuadros y los libros sean nuevos y siempre cambiantes. Que cada promoción lo decore con sus propias manos y con poco coste. El trabajo de los seres vivos es barato; a menudo lo hacen a cambio, tan solo, de que les permitan hacerlo» (1999, pp. 60-61).

Pero, ¿qué es lo que estábamos construyendo? ¡Ah, sí! En la página anterior lo pone claramente: un colegio pobre y joven para las hijas de los hombres con educación… Y ¿qué tiene que ver esto con la Acampada Sol? Veamos. Hay puntos que ambos tienen en común: se trata de algo nuevo y volátil, dinámico y pobre, tampoco hay competencia, sino cooperación. Quizá la mayor diferencia se halle en el contexto en el que se escribe Tres guineas, pero no en su intención. Virginia Woolf les desea este nuevo colegio pobre a sus hermanas las hijas de los hombres con educación en 1938, un año antes de la SGM, con fotografías frescas, proféticas y repugnantes de la Guerra Civil española entre las manos y las inquietantes noticias que vienen de la Alemania nazi y la Italia fascista encima de la mesa. Su intención es evitar la guerra —que acabó viniendo— con esta nueva universidad, pero ¡ay! no es más que un sueño ya que, como la misma Woolf afirma poco después, la realidad es que «las alumnas deben aprender a ganarse la vida» (1938, p.63) para sobrevivir en el mundo que nos ha tocado vivir, cuya esfera pública está condicionada por la competitividad y el egoísmo. Sigamos leyendo:

«La finalidad del nuevo colegio universitario no deberá consistir en segregar y especializar, sino en combinar. Deberá explorar las sendas mediante las cuales el cuerpo y la mente puedan cooperar; descubrir qué nuevas combinaciones dan lugar a buenos conjuntos en la vida humana (…). No habrá ni una de esas barreras, barreras de riqueza y ceremonia, de anuncio y competencia, causantes de que las viejas y opulentas universidades sean lugares de tan incómodo vivir (…). La gente que ama el saber por sí mismo acudiría allí con alegría» (1999, pp. 62-63)

Joder, suena bien. Suena demasiado bien, porque en realidad, como hemos dicho, es un sueño. Un sueño, sí… Pero yo lo he visto. Lo vi gestarse el 15 por la noche. Y recuerdo que después aparecieron las lonas y las cuerdas, los cartones, los papeles y plásticos —todo material inflamable, vaya coincidencia—. Vi los cuadros y los libros cambiantes, vi a miles de desconocidos cooperando sin esperar nada a cambio y, sobre todo, vi a mucha gente en asambleas queriendo aprender, porque esta es la palabra clave: aprender. ¿Quién de todos los que estuvimos por allí, aunque fuera por unas horas al día será capaz de negarme que nos educamos a marchas forzadas? Ahora mismo tengo la impresión de que allí no hice otra cosa…

Lo curioso es que a nosotros mismos también nos costaba creer lo que ocurría. Aun así lo hicimos realidad, y lo seguimos haciendo, cada uno a su manera, pero sobre todo en las asambleas —porque acampadas ninguna queda—, ya sean barriales o en Puerta del Sol. Ya no es ningún sueño, y quizá por eso hoy podamos evitar ese mal mayor que en 1938 se veía venir en forma de guerra y que ahora, en 2011 vemos cerniéndose sobre Europa con visos de abuso neoliberal. Y es que ambas amenazas tienen la misma cara. Ambas nacen del egoísmo y de la competitividad, ambas han sido concebidas en las altas esferas y se cobran sus víctimas en el pueblo, ambas son endemoniadamente estúpidas y acaban comiéndose a sí mismas y a lo que las rodea.

Aprovechemos, pues, esta universidad pobre y nueva que nos hemos sacado de la manga. Démosle la primera guinea de nuestro apoyo, que en este caso más que dinero contante y sonante es una moneda simbólica, pues el dinero ni es pobre ni es nuevo ni mola una puta mierda.


WOOLF, Virgina (1938), Three Guineas, Quentin Bell and Angelica Garnett. Trad. esp. Tres guineas, Barcelona, Editorial Lumen, 1999.


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