miércoles, 24 de agosto de 2011

Segunda guinea para el 15M

Este texto es una continuación del post Primera guinea para el 15M. No es que sea completamente necesario leer el anterior, aunque puede ayudar.

Como habíamos visto, Virginia Woolf en Tres guineas propone crear una universidad nueva, porque es necesario que aprendamos cómo funciona el mundo en el que vivimos para cambiarlo, es decir, debemos aprender a ser una sociedad nueva. ¿Qué tipo de sociedad? Una que pueda evitar la vorágine neoliberal o, como hubiera querido Woolf, una que sepa evitar la guerra.

Esta propuesta genera a su vez, inevitablemente, algunas preguntas, de modo que yo sigo leyendo con avidez porque sé que tarde o temprano la tita Woolf va a darme una pista y, de repente, ahí está, ahí lo dice claramente: la nueva sociedad debe asentarse sobre los siguientes puntos: pobreza, castidad, burla y libertad con respecto a lealtades irreales. Y se explica:

«Por pobreza queremos decir tener el dinero suficiente para vivir. Es decir, hay que ganar el dinero suficiente para ser independiente de otro ser humano y para comprar ese mínimo de salud, ocio, conocimientos, etcétera, necesarios para el pleno desarrollo del cuerpo y de la mente. Pero no más. Ni un penique más» (1999, p. 142).

«Por castidad se entiende que, cuando gane lo suficiente para vivir mediante su profesión, se negará usted a vender la mente por dinero» (1999, pp. 142-143).

«Por burla —mala palabra, pero digamos una vez más que el idioma inglés [¡todos los idiomas!] necesita urgentemente nuevas voces— queremos decir que debe usted rechazar todos los medios de anunciar su mérito y aceptar que el ridículo, la oscuridad y la censura son preferibles, por razones psicológicas, a la fama y los elogios. Sin dudarlo, cuando le ofrezcan condecoraciones, títulos y el ingreso en órdenes, arrójelo todo a la cara de quien se lo ofrece» (1999, p. 143).

«Por libertad con respecto a lealtades irreales se entiende que debe despojarse, ante todo, del orgullo de nacionalidad; también del orgullo religioso, del orgullo de universidad, de escuela, de familia, de sexo y de todas esas lealtades irreales de ellos dimanantes. Cuando los tentadores vengan con sus tentaciones para que, sobornada, acceda a entrar en el cautiverio, rasgue los pergaminos, niéguese a rellenar los formularios» (1999, p. 143).

Si nuestra sociedad se basara en estos principios, no existiría la guerra, asegura Virginia Woolf. Y ¿quién va a negárselo a estas alturas? Pero, ¿cómo puedo yo pensar que una sociedad así es posible? Muy sencillo: por las mujeres.

Estas cuatro características antes explicadas son representativas de la situación que las mujeres vivían forzosamente a principios del siglo pasado. Y pienso: ¿acaso es casualidad esta relación entre la nueva sociedad que andamos buscando y el universo que tradicionalmente se les ha adjudicado a las mujeres? Leyendo Tres guineas, no es posible dudar: si lo que se quiere evitar es la guerra, entonces lo que hay que abandonar es el patriarcado, porque son la misma cosa.

«Podemos decir que el hecho de que los hombres con educación resalten su superioridad sobre los restantes hombres (…) son actos que suscitan la competencia y la envidia, emociones que (…) participan en fomentar la disposición hacia la guerra» (1999, p. 39).

«¿Acaso no ha quedado demostrado que la educación, la mejor educación del mundo, no enseña a aborrecer la fuerza, sino a utilizarla? ¿No ha quedado demostrado que la educación, lejos de enseñar a los educados la generosidad y la magnanimidad, crea en ellos, contrariamente, tales ansias de conservar sus posesiones?» (1999, p. 54).

Y todo esto me lleva necesariamente —es así como funciona el cerebro de aquellos que tardamos dos días en leer una página—, digo que me lleva irremediablemente a Hélène Cixous y más concretamente a su concepto de «escritura de las mujeres».

Justo al principio de su texto «La joven nacida», Cixous hace una pirueta interesante: se instala cómodamente en medio de la oposición hombre/mujer y la hace rodar sin conflictos: actividad/pasividad, razón/sentimiento, inteligible/sensible, etc. Mientras esta oposición va dando vueltas como un engranaje perfecto, descubre que los mejores poetas —Kleist, Shakespeare, etc.— están del lado de las mujeres o, mejor dicho, de lo femenino. ¿Por qué?

«Sólo los poetas, no los novelistas solidarios de la representación. Los poetas: porque la poesía consiste únicamente en sacar fuerzas del inconsciente, y el inconsciente, la otra región sin límites es el lugar donde sobreviven los reprimidos: las mujeres, o como diría Hoffmann, las hadas» (1995, p. 63).

Pero lo cierto es que esto es así porque, según Nietzsche, citado por la propia Cixous:

«Para ser poeta basta “sentir la necesidad de metamorfosearse y de hablar por los otros cuerpos y otras almas”» (1995, p. 82).

Y es propio de lo femenino participar de lo otro. Dentro del engranaje que pone en marcha la oposición masculino/femenino, de la primera parte del binomio cae el principium individuationis —principio de indi­viduación—, el miedo a dejar de ser uno mismo; mientras que la segunda se caracteriza precisamente, como cabe esperar, por la aceptación de lo del otro, no sólo por el valor de la maternidad, sino también porque no tienen el miedo a perder ese don arbitrario que es dado a los hombres sólo por el hecho de haber nacido hombres, y que temen perder precisamente por su arbitrariedad. Ellas no temen dividirse, compartirse, diluirse con los demás.

«Diré: hoy en día la escritura es de las mujeres. No es una provocación, significa que: la mujer acepta lo del otro» (1995, p. 46).

De aquí parte el concepto de Amor-otro. Según Hélène Cixous, para que el poeta sea poeta es necesario que participe de lo otro, que no esté amenazado por lo no-propio, entonces, debe ser mujer. Pero esto quiere decir algo mucho más complejo de lo que parece, pues para la autora lo principal no es que el poeta sea una mujer biológicamente, sino que posea un atributo asignado por la tradición a las mujeres. En realidad, lo que Cixous escribe más adelante es que el poeta debe ser «bisexual» o, al menos, «homosexual», aunque esto tampoco hay que tomarlo al pie de la letra. Lo esencial es que pueda entender al otro, amar al otro. Así que, al que le dé repelús el feminismo —que se ha publicitado peor que la SGAE—, que se deje de coñas y se entere de lo que estamos hablando: de ideas.

No sé qué pensáis vosotros, pero mi siguiente guinea ya está metida en un sobre, y en la dirección figura esta sociedad —de hombres y mujeres, todos juntitos— que ama al otro y que, por tanto, cultiva virtudes que no conducen ni a la guerra ni al neoliberalismo.


WOOLF, Virgina (1938), Three Guineas, Quentin Bell and Angelica Garnett. Trad. esp. Tres guineas, Barcelona, Editorial Lumen, 1999.

CIXOUS, Hélène: La risa de la medusa. Anthropos, Barcelona, 1995. «La joven nacida».

4 comentarios:

  1. Este blog en agosto me está resultando aún más refrescante (por utilizar un adjetivo veraniego) que nunca. Y teniendo en cuenta que llevo casi un mes escribiendo sobre algo que me interesa más bien poco, me gusta mucho ver cómo va evolucionando lo que escribes.
    Te lo digo de otra forma: estoy orgullosa de ser tu amiga, leñe. :)

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  2. Me vas a hacer llorar! Yo también estoy orgulloso de eso!
    Muchas gracias por el comentario y ánimo que ya te queda poquito.
    Después podrás escribir sobre lo que te apetezca y hasta no escribir si no te da la gana.
    Un abrazote gordo!

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  3. Virginia Woolf no conocía a Esperanza Aguirre

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  4. Ja, ja, ja. No, pero seguro que habría alguien parecido en su propio barrio...

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