¿De verdad tienes ganas de volver a leer esas cosas? Acabo de abrir la ventana de mi habitación precisamente porque ya no quiero escribirlas y, de repente, me he acordado de ti (permanecer a oscuras, viendo en silencio las líneas de la luz que viene del pasillo, tener que encerrarme literalmente para darme cuenta de que necesito sacar la cabeza fuera y mirar una parte del inmenso mundo que me ignora, escapar, salir volando) y he tenido la certeza de que escribir esto es inevitablemente una forma de dar otro paso hacia fuera.
Así es que, si siempre se me ha dado mejor marcharme hacia dentro y abrir ventanas me recuerda lo mucho que añoramos aquello que no entendemos, entonces, sin duda, debo hacer de nuevo este gesto que me justifica y me desacredita a la vez, como si complacerte fuera lo mismo que tocarte las narices.