—Diego al habla. ¿Quién es? —dice
Lara.
—¡Buenos días! —se oye desde otro
lado, es decir, desde fuera de la casa—. Mi nombre es Julio y le llamo de
parte de Telefónica para ofrecerle…
—Lo siento, no nos interesa.
—Pero solo le llevará unos minutos…
—insiste Julio.
«Un momento», piensa Lara, «si yo
ahora soy Diego debería actuar como él, y él nunca desperdiciaría
una situación como esta».
—De acuerdo —cede Lara—. Tiene
toda mi atención.
—¡Hola! ¿Qué tal? —dice Diego
después de abrir la puerta—. Soy Lara.
—¡Hola! He venido por lo del anuncio
—un señor normal en el umbral avanza la mano—. Me llamo…
«Un momento», piensa Diego, «si soy
Lara no puedo ser tan confiada…».
—En el anuncio —le corta Diego—
ponía claramente que no queremos fumadores.
—Bien —responde el señor mientras
retira la mano al ver que su gesto ha sido inútil—. Por eso estoy
aquí. Yo no fumo.
—Ah. Bueno. Si ha leído el anuncio
sabrá entonces que no queremos mascotas.
—¿Acaso ve alguna mascota aquí?
—Bien, Diego. Verá, aquí en Telefónica
hemos empezado el año queriendo premiar a nuestros clientes más
fieles. ¿Usted tiene el móvil contratado con Movistar?
—No.
—Pues por un pequeño aumento en su
factura de teléfono, usted podrá disfrutar de un estupendo móvil
de última generación con tarifa plana, ¿qué le parece?
—Verá, Julio —empieza Lara como se
supone que empieza Diego a hacer estas cosas—, se llamaba Julio,
¿verdad?
—Sí, así es.
—Verá, Julio, yo ni siquiera soy de
Madrid. Provengo de un pueblo de Castellón llamado La Vall d'Uixó…
¿He dicho «pueblo»? No, no quisiera mentirle. En realidad La
Vall d'Uixó tiene 32.000 habitantes aproximadamente, así que no
es propio hablar de un pueblo, sino más bien de una ciudad…
—Tampoco queremos erasmus —sigue
poniendo «peros» Diego a la manera de Lara.
—¿Cómo voy a ser yo un erasmus
—responde el señor en el umbral, un tanto mosqueado ya— con la
edad que tengo?
—Bueno, que yo sepa los requisitos
para estar becado no incluyen ser joven…—«frena, Lara», piensa
Diego, «que te estás dieguificando»—. Bueno, da igual, la
cuestión es que pedimos dos meses de fianza. ¿Está usted dispuesto
a pagarlos?
El señor normal, ya hasta con ganas de
irse, responde:
—Si me gusta el piso, sí, claro.
¿Podría entrar a verlo?
—¿Qué? —por alguna razón, la
pregunta despierta gran inquietud en Diego-Lara.
—…y si le hablase
de mis padres, bueno, pues no es muy agradable la situación. No me refiero a la económica. Siempre hemos vivido con lo justo, ¿sabe? Y
ahora es igual. Se trata más bien de su relación sentimental. Mis
padres hace unos pocos años que no se hablan… Pero disculpe,
Julio, que esto no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando.
—No se preocupe, Diego, si yo le
entiendo a usted, pero la oferta es muy buena, déjeme que le cuente…
—Si es que no quiero hacerle perder
el tiempo, Julio. Lo que quería decirle es que yo apenas cobro 850
al mes como indefinido, y comparto el piso con otra persona que cobra
unos 500 euros como becaria. Lo malo es que el alquiler son 760 euros
y antes bien, porque éramos tres… pero bueno, el anterior
inquilino se fue… porque… es una historia que, si me permite, no
le contaré… todavía es muy reciente.
—Claro, tranquilo, no se haga problema.
—Que si puedo entrar a ver el piso
—dice el señor normal, aunque ya lo hace por cabezonería, porque
no le apetece en absoluto compartirlo con esa persona que hay
dentro.
—¡Por supuesto! ¿Por qué si no
íbamos a poner un anuncio? —pero Diego no está nada seguro de que
Lara hubiese dejado entrar en casa a un extraño así, tan
rápidamente—. Por cierto, ¿cuál era su nombre?
—Me llamo Sergio.
Entonces Diego, sin mediar palabra, le
da un empujón para sacarlo del umbral y cierra la puerta
violentamente, pero es imposible para él saber si lo ha hecho porque
así lo hubiera hecho Lara o si aquella reacción ha venido de su propio pánico.
—Y, como comprenderá, Julio
—prosigue Lara—, nuestra situación es muy precaria, y no sabemos
si podemos permitirnos un aumento, aunque sea pequeño, en nuestra
factura…
—Sí, Diego, comprendo —le responde
Julio, con un tono de voz tan distinto que ahora parece una persona,
y no un teleoperador—. Yo también lo he pasado mal…
Diego entra en el comedor mientras
todavía le tiemblan las piernas. Ve que la casa sigue patas arriba
pese a su estatismo de siempre, y esto le ayuda a calmarse. Oye a
Lara haciendo de él:
—No me diga, Julio. Cuénteme. Aparte
de trabajar en Telefónica, tendrá una historia personal… ¿es
acaso usted inmigrante?
—Madre mía —dice Diego con la
energía suficiente como para ser oído por Lara, pero parecer
también que habla para sí, y con un tono que en principio es de
reproche, pero que viene de una sonrisa cercana a la risilla burlona
y cómplice.
Después se mete en la habitación de
Lara y se tumba en la cama a escuchar la conversación que está
teniendo él mismo en el comedor, pero de manera que parezca que no, que no
está escuchando porque tiene cosas más importantes que hacer.
El resto de textos de La casa finita, aquí.
¡Por fin! :) Echo mucho de menos leer cositas nuevas en este blog. Qué guay volver a leerte.
ResponderEliminarPero qué maja eres! :)
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