Mi amigo me miró por encima del coche
con inquietud. Intenté sonreír para calmarle, pero yo también
estaba asustado. Ellos no se largarían de allí. Ni siquiera se
habían movido lo más mínimo desde que llegamos. Había que encontrar una solución, así que dirigí mi brazo hacia los
gángsters, cerré el puño y extendí el índice y el pulgar a modo
de pistola. Quise simular un disparo, pero simplemente apuntándoles
con el dedo caían desplomados, como muertos. Tardé bastante en
deshacerme de todos.
Sin que mi amigo y yo nos dirigiéramos
una sola palabra, entramos en el edificio. En su interior tenía
lugar una fiesta en la que los atuendos y la decoración parecían
ideados en el siglo diecinueve. Una gran mesa cruzaba la habitación
y sobre ella había una enorme lámpara de araña de la que colgaban
mil cristales. Unos hablaban y otros comían. Mi amigo se separó de
mí. Era una fiesta de sus compañeros de clase y debía saludarles a
todos. Cuando acabó de hacerlo, lo primero que me dijo fue que la
chica del otro extremo de la mesa le había enseñado el sexo
sadomasoquista, pero era una buena persona. Yo asentí y me la quedé
mirando. Era alta y delgada. El pelo rapado con un pequeño
flequillito le daba un aspecto bastante masculino. Llevaba un traje
de cuero con cadenas y clavos de acero relucientes y unos largos y
finos pendientes de color azul marino.
Fue ella misma quien vino a hablarme un
poco más tarde mientras yo, apoyado en la pared, sostenía un vaso
de cristal.
—Yo me lo hago con un calvo —dijo.
Contesté con un «ajá» y un ligero
gesto de asentimiento, pero sin querer expresar indiferencia.
—Tiene un dragón verde tatuado en lo
alto de la calva —insistió.
—A mí me gusta el inspector Gadget
—me sinceré.
De repente apareció en mi pensamiento
un dibujo circular y borroso en cuyo centro aquella chica sonreía y
mostraba una mano metálica muy simple.
Entonces le cogí la cabeza con las dos
manos, la acerqué a la mía, saqué la lengua y la arrastré por su
cara, dejando un rastro de saliva que iba desde la barbilla hasta la
sien izquierda. La miré fijamente. Ella se alejó desconcertada y
con un vaso de cristal en la mano.
Al cabo de un rato volvía a estar solo
y me quedé de pie, a unos pasos de la mesa. La chica sadomasoquista
apareció de nuevo, pero esta vez venía un poco avergonzada y con
gran indecisión. La observé. Tuve la sensación de que había
estado pensando.
—Puedes llamarme Milanesa —dijo
tímidamente.
Sonreí.
Soñado y/o anotado en
torno al 09-04-1997.
El día anterior había estado estudiando para aprobar música de 2º de B.U.P. de entonces.
Ahora mismo no estoy seguro de si la palabra «milanesa» apareció en mi cabeza por culpa de la mandolina milanesa o de la liturgia milanesa o ambrosiana.
Yo creí que después del lametón, la chica iría al botiquín más cercano a desinfectarse la jeta.
ResponderEliminar¿Yo qué quieres que te diga? Es lo que soñé…
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