domingo, 9 de mayo de 2010

La muerte de Amalia, el símbolo de Emilio y la lógica de Elena: tres vías de escape para el amor no correspondido

Llamaban a la puerta en el peor momento. Emilio Brentani había retomado esa misma tarde la novela que dejó incompleta mucho tiempo atrás. Precisamente en el párrafo en que Angiolina —la antigua amante y el personaje, claro está, respondían al mismo nombre— se inclinaba para darle al protagonista leves besos que no querían ser percibidos, en los ojos o en la frente… De mala gana abandonó la tarea para abrir la puerta. Tras ella apareció la señora Elena, la vecina. No encontró ninguna excusa para no dejarla pasar. Hoy se cumplía el décimo aniversario de la tragedia. ¿Cómo negarse a ser amable? Después de todo aquellos días fue ella quien se llevó la peor parte…
La invitó a tomar algo y se sentaron juntos en la mesa del salón. Justo donde el doctor les dijo aquella noche que todo estaba perdido. Con una cerilla él se encendió un cigarrillo y, mientras la señora Elena le hablaba, perdió algunos momentos para mirarse con disimulo en el cristal del armario del comedor. Quería ver qué era lo que quedaba a la vista de aquel hombre que no tuvo el valor de enfrentarse a Angiolina de nuevo para acabar aquella novela.
—Todavía tengo muy presente a la pobre Amalia —decía la vecina—. No hay día que no rece por su hermana, ¿sabe?
El rostro complacido de Emilio apareció distinto en aquel cristal. De alguna manera los restos de la cerilla habían llegado a tiznar su nariz.
—Sus últimas palabras —continuaba la señora Elena—, en su delirio, ¿a quién se dirigían?, ¿qué quiso decir con ellas?
Con la yema del dedo índice Emilio se limpió la piel de la nariz y al devolverse a sí mismo su propio rostro recordó que una vez deseó vivir la novela que nunca había logrado escribir. No pudo, no obstante, acordarse de la razón por la que había dejado de hacerlo.
—Las tengo grabadas en la memoria… Su hermana dijo exactamente —y aquí la señora Elena abrió mucho los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, de tal manera que, quizá sin tener plena consciencia de ello, parecía una loca moribunda—: «Podría haber sido como una vagina, como una boca por dentro. ¿Qué puedo decir? Podría haber sido un animalejo peludo y suave que resopla echando la siesta. ¿Qué es lo que se puede hacer con esto? No hubiera sido extraño que no fuera nada más. No me extrañaría que hubieses descubierto que un eco más intenso que las palabras sólo puede proceder de unas ganas de sentir que no vienen al caso. No me extrañaría que después de meter tu dedo en mi nariz te doliese que me sangrara. ¿Qué necesidad tenía yo de algo así? Podría haber sido un ruido de fondo que se olvida, que no merece la pena recordar. ¿Qué se supone que se hace con esto? No fue así. ¿Lo sabes tú?». Todavía hoy me estremezco al repetirlo —dijo con lágrimas en los ojos y visiblemente alterada.
Al otro lado de la mesa, Emilio estaba absorto en la contemplación de su propio rostro otra vez limpio, renovado, pleno. Hacía mucho que había olvidado que los bellos ojos de su amor no correspondido y la suplicante mirada de su hermana abandonada estuvieron separados en otro tiempo, cuando ninguna de las dos había desaparecido del todo. Como si una mitad de la humanidad existiese para vivir y la otra para ser vivida.
—Pero si algo he aprendido en todos estos años, señor Brentani —concluyó la vecina, recomponiéndose—. Es que quien está muerto está muerto, y el consuelo sólo puede venir de los vivos. Por desgracia, así es. No siga lamentándose. Son los vivos los que nos necesitan.
Emilio volvió los ojos hacia la señora Elena. Había oído esa última frase. «Hoy no estoy para axiomas morales, pensó, ¡tengo que acabar una novela!».

(Lectura de Senilità, de Italo Svevo)

2 comentarios:

  1. Señor escritorzuelo de este blog:
    Me gustaría saber si esta frase que tan fácilmente se le clava a una cuando lee sus últimas entradas ("Son los vivos los que nos necesitan")salió de la lectura de Senilità o está arrancada en el texto, y muy bien aprovechada, por cierto.
    Es que soy cotilla, cotilla. Dime que eso no se cuenta y ya se me pasará. :P
    Me han entrado ganas de leer muchas cosas por tu culpa: más cosas tuyas, la novela de Senilità y lo que Curro escribía mientras la leía (¿sería esta entrada?).
    Un abracito

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  2. Encantado de tener la culpa de esas cosas, mira.
    La frase fusilada de Svevo es "Vi sono i vivi che hanno bisogno di noi". Y el texto entero está plagado de plagios semejantes...
    Senilità para mí es muy especial, pero no sé si recomendarla a nadie. Es la típica novela que te atrapa por cuestiones muy personales. De todos modos, la prosa de Svevo es muy bruta. Échale un vistazo si quieres y ya me contarás.
    Otro abracín desde aquí, señora escritorzuela!

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