domingo, 13 de junio de 2010

Con las manos en los bolsillos

Pararte. Cerrar los ojos. Hacer las cosas lo mejor posible. Callarte lo malo para no contradecir la versión oficial. Que se piense de ti precisamente lo que se piensa de ti. No asegurar porque ya está bien de convicciones. Nada que adivinar. Abrir los ojos y que el deseo te agarre del cuello desde un semáforo en Las Ventas —sí, fue una mano larga de agujitas lo que se cerró en torno a tu cuello entonces—. La mirada embellecida por una fachada y la luz que en ella rebota. La atmósfera limpia porque acaba de llover. Volver a cerrar los ojos. Que al fin y al cabo tengas razón. Que después de todo no se trate de comentar a dúo el mundo, de conseguir, de estar… Claramente, no tener tampoco la razón en eso. Abrir los ojos. Seguir.

3 comentarios:

  1. Pues vale que alguna vez se pare y cierre los ojos, pero sin pasarse tampoco, que luego igual no le compensa pasar tanto rato con la razón de su sinrazón cuando, al abrir los ojos, se le pone todo delante y le da miedo.
    (Espero que tenga sentido en alguna realidad paralela lo que acabo de escribir).

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  2. ¡En la mía!
    Creo firmemente que tienes razón. Pero, al mismo tiempo... ¿Cómo no tener miedo de todo eso que hay delante?
    Gracias por venir por aquí con tanta regularidad.
    ¡Nunca podré agradecértelo lo suficiente!

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  3. Ojalá pudiera responderte a eso, pero también soy una cagueta.
    Yo creo que no hace falta agradecérmelo lo suficiente, o que lo suficiente para mí puede tener forma de quinto, por ejemplo...:)

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