domingo, 17 de octubre de 2010

Casting

La casa empieza por su comedor. En él los patitos de goma habitan una mesa, suman cinco y son de diversos colores. Cuatro de ellos están emparejados y se miran atentos a los ojos. El quinto, en cambio, mira a otro lado, más allá del borde de la mesa, donde no hay nadie.
Pese a su indudable importancia, Lara no está atenta a los patitos porque ahora mismo busca algo en su ordenador que no puede provenir realmente del interior de su ordenador. Por eso escribe en la barra del Google «el veneno más potente y más discreto».
En ese momento Diego da manotazos al aire y mete su cuerpo entero en el comedor como si todo el mundo asistiese a sus procesos mentales, como si el Universo se moviese al ritmo de sus pensamientos. Lara mira entonces de reojo el balcón y ve temblar en el aire el reflejo de una ligera y atroz —por lo menos a ella se lo parece— tela de araña. «Tengo que acabar con esto», piensa.
—Vale, ya lo tengo —dice Diego—. Pondremos el trípode aquí, frente al balcón, para que le dé la luz en los ojos; y encima ponemos la cámara de vídeo…
Lara, temerosa de que las palabras de Diego hayan cambiado algo en aquel comedor, observa detenidamente el espacio que la rodea hasta comprobar aliviada que todo sigue organizándose en torno a la mesa baja que hay en el centro. Después retoma y agarra para que no se le escape el ansia de exterminio que hay en el centro de su ánimo y así, por fin, puede replicar a Diego:
—¿Qué cámara de vídeo?
—Ah, ¡yo qué sé! —grita él hacia las paredes, andando de un lado a otro—. Conseguimos una y punto.
Porque es muy importante para Diego que lo que lleva dentro rebote contra el exterior, que las sillas acaben cabeza abajo de vez en cuando, que los cuadros caigan por el viento.
—Y el trípode ¿de dónde lo sacamos? —sigue preguntando Lara.
—Tengo un trípode en mi habitación —contesta Diego mirándola a los ojos por fin.
—¿Tienes un trípode en tu habitación?
—Sí. Y si me apuras me pongo a buscar por los cajones y encuentro hasta una cámara de vídeo.
—Bueno, haz lo que quieras.
Diego se para en seco frente a los patitos de goma. «Ojalá venga una siamesa», desea en silencio mientras los observa. Se ha pasado toda la mañana pensando en hermanas siamesas así en general y ahora mismo, por alguna razón que no comprende, ha vuelto a hacerlo.
—Pero eso ¿para qué? —pregunta Lara más por reproche que por curiosidad.
—Es que no me has dejado explicarme —a continuación Lara invita a Diego a continuar mediante un gesto con las manos que viene a decir «adelante»—. Tú serás la que hace las preguntas, ¿vale? Lo sentamos aquí —se sienta él mismo en un sillón blanco, abre mucho los ojos, luego los deja entreabiertos como si le molestara algo—, que le dé la luz en la cara y si hace falta encendemos el flexo ese que hay por ahí hacia aquí. Encendemos también la cámara y le decimos que si quiere ser grabado. Si nos pregunta le respondemos que es condición sine qua non. Si realmente le interesa, se quedará. Yo, mientras tanto, he encendido discretamente la calefacción.
—¿En agosto?
—Precisamente —silencio y mirada penetrante hacia Lara—. Y también me he quitado toda la ropa, ¿vale? Y me he puesto zapatos de tacón y unas bragas de encaje que le pediré a la Charo, mi amiga de Cáceres.
—Ahora es cuando dejo de escucharte.
—Y me meto detrás de la puerta de la cocina, aquí —y se mete detrás de la puerta cristalera de la cocina—, en cuclillas. (Recuerda que no llevo más que bragas de encaje y zapatos de tacón… Es posible que también un liguero, ya veremos.) Y entonces, como va a estar de espaldas, entonces respiro fuerte, como quien está excitado, para que me oiga. Así —y respira fuerte exagerando—.Y si se gira y me ve yo me escondo un poco, pero mal, y eso ya va a ser la hostia, ¿vale? Mientras, tú le haces preguntas. Se me han ocurrido unas cuantas. A ver qué te parecen —saca una libretita del bolsillo de atrás del pantalón y Lara finge con torpeza que todavía no escucha, que está atendiendo a otras cosas—. Esta es una: «¿cuál crees que es tu peor virtud y tu mejor defecto?». Eso le rompe el cerebro a cualquiera —una risilla burlona escapa de los labios de Lara—. Le preguntamos también si piensa tener hijos o familia, si le huelen los pies, si tiene problemas con las heces de los hurones o si acostumbra a usar el baño entre las siete y las siete y cuarto de la tarde…
—¿Quién va a aguantar todo eso, si puede saberse? Y ¿para qué?
—No sé. Me da igual. ¡La gracia está en que lo habremos grabado todo en vídeo!
De repente suena el teléfono. La mesa baja cruje y parece perder el equilibrio por un momento, pero continúa firme. Las cosas a su alrededor siguen situadas a su nivel —como el sofá y las piernas de Lara—, bajo él —las revistas, los pies de Diego— o sobre él —la lámpara, los brazos de Diego, la cara de Lara—.
«Ya está, piensa Diego, se trata de aquellas siamesas que sentían la ausencia de la otra hermana cuando eran separadas, como ocurre a veces con los miembros amputados». Furtivamente, Lara mira otra vez al balcón, pero ya no puede ver ninguna tela de araña. De alguna manera esa desaparición la alivia y la decepciona al mismo tiempo. «Nada de eso importa, piensa, tengo que encontrar ese veneno».
El teléfono sigue sonando.
—Es uno de ellos —dice Curro justo antes de descolgarlo.

2 comentarios:

  1. La de filtros y bromas pesadas que tendremos que aguantar en las entrevistas...porque al final, como bien escribes, todo es un juego (bastante sucio y mal jugado casi siempre).
    Tiene gracia que pasemos por el aro con unos desconocidos que no están ahí para ayudarnos precisamente, porque "su trabajo no es ese".
    Y como soy animalilla de entrevistas de trabajos basura y estoy bastante quemada, te lo comento aquí.
    Me ha gustado.

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  2. Ay, guapita, muchas gracias por los comentarios. Ya hay quien dice que no merece la pena leer las entradas hasta que comentas tú, que es cuando están completas...
    Me gusta mucho saber cómo lees lo que escribo porque normalmente ves cosas que ni siquiera yo veo.
    Un abrazo.

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