Alguien a quien podamos abrir en canal, manosear las raíces de todas sus puntas, deformar a nuestro gusto el sentido de su mirada. Porque las verdaderas terceras personas no tienen segundas intenciones, quiero decir que no vienen a decir nada. Nadie les puede echar el cierre. Son como tú y como yo, pero con la ventaja de que serían sus manos las que nos comiésemos y no las nuestras.
Podríamos convertirnos en un niño que dibuja en el otro aquello que teme. La forma de evitarlo es ser ese niño los dos al mismo tiempo. Que su dibujo quede así fuera de nosotros.
Ni tú ni yo, sino una tercera persona.
¡¡Ay, qué miedo me da todo esto, Curro!!
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