Abuelo.
Tu abuelo te explica lo difícil que lo
ha tenido para comprarse un Cristo. Los hay de muchas maneras, dice. Te
enseña uno que está hecho con pequeños cráneos de metal y su
corazón es la pepita de una fruta no comestible.
Quieres salir de su habitación,
pero te cierra el paso, así que tienes que usar la otra puerta, con mucho
cuidado de no hacerle ver que estás huyendo de él.
Prima.
Tu padre está sentado en la cama de tu
prima. Ella lleva un pijama infantil y está semincorporada sobre las
sábanas. Tiene unos doce años. Él le acaricia una pierna, la deja
hablar, es muy suave. Tú rompes el rollo que había en la
habitación. Tu padre ha aumentado la
distancia con tu prima al darse cuenta de que has entrado, pero solo un poco. Ella se alegra de verte.
Si quieres salir de esta habitación
sin volver a ver a tu abuelo, es necesario saltar por la ventana.
Jardín.
Aquí hay plantas y banquitos. Tu prima
te ha seguido, pero ahora va vestida de calle y con unos taconazos.
Se ha maquillado mucho, y eso hace que parezca mayor. Se dirige a la
entrada del edificio. Tú te das cuenta de que andar por allí te
hace daño porque vas descalzo. Si sigues a tu prima llegas a la
entrada de la casa.
Entrada.
Tu prima, vestida de gala con unos
tacones superaltos, camina muy por delante de ti, con firmeza,
pisando fuerte.
Hay coches que entran y que salen,
músicos de orquesta sinfónica hablando entre ellos y paseándose. En las escaleras de piedra que llevan a la
puerta está el Papa sentado, y dice cuando pasas:
—Las dos academias son una mierda.
Las dos. No se salva ninguna.
Recibidor.
Hay mucho barullo y grandes
personalidades. La señora Merkel conversa con músicos en frac.
Alguien está hablando con tu prima, y le dice:
—Esto es un desastre. Si no fuera por
ti, la pobrecita Merkel lo habría pasado fatal.
La única forma de escapar es subiendo
unas escaleras que hay al fondo del recibidor.
Rellano.
Al final de ellas ves un viejo
fregadero en una esquina y dos puertas. Una lleva a la habitación
del autor y la otra a la biblioteca.
Autor.
Un señor tumbado en la cama te da la
espalda. Su nombre es Paco Vaca, lo sabes porque está bordado en su
sábana. Cuando vas a hablar con él, se revuelve violentamente, te
ataca, te empuja fuera de la habitación, te tumba en el suelo del
rellano, clava sus rodillas en tu vientre y te golpea la cara.
Mientras lo hace, recuerdas un poema suyo en el que describe con
precisión cada golpe que ahora te está dando. Hasta que el poema
acaba con un sonoro cabezazo en tu tórax.
Rellano.
Si buscas —quizá en el techo—,
encuentras una forma de llegar a un lugar secreto. Es una tercera
planta.
Músicos.
Hay un montón de músicos vestidos de calle, pero al estilo europeo de principios del siglo XX. Están intentando
componer una canción que hablará de la libertad y de
la igualdad, es decir, en contra del poder de unas personas sobre las
otras. Saben que lo que hacen es peligroso, por eso el lugar que ocupan ahora es
secreto. Sin embargo, no tienen ningún recelo por que tú estés
allí. No tienen miedo de que les denuncies.
Hay entradas a otras habitaciones.
Intelectuales.
Dos señores hablan en una de ellas. Están sentados alrededor de una mesa y tienen algo de bebida en un par de
vasos. La conversación es deliciosa. Te sientas a escuchar para
disfrutar mejor de ella.
Despiertas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario