domingo, 5 de septiembre de 2010

Campamento dorado

Voy a volver a las calles. Porque en ningún otro sitio los árboles son seres que desean evidentemente, extendidos hacia la luz y el agua del mismo modo en que ansiamos nosotros, ansiando como nosotros nos extendemos. Voy a volver a ese lugar desde el que es fácil inventar cualquier verdadera diferencia entre metonimia y metáfora —pero esto en realidad siempre es fácil para un capricornio—, donde vale el primer genio maligno —o ascendente recién sacado de la manga— que te venga a la mente. Y además vale sin mayor problema. Porque tampoco es cuestión —nunca lo fue— de poner cosas de por medio. Se dan los pasos hacia delante y de frente. De vez en cuando uno se para y mira algo que se mece. Comprende entonces que quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya nunca más quiere ser un árbol. Pero la razón —y esto Hesse se lo calló, creo— es que quien aprende a escuchar a otro es ya ese otro.

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