Lo suyo sería levantar un folleto de publicidad de la mesa y, como en una mala novela negra, descubrir que alguien, en algún lugar, ha muerto. Pero sin que ese movimiento simple sea un indicio, sin que haya nada detrás del folleto de publicidad. Simplemente un gesto simple.
Y que ese alguien que ha muerto sea una persona que ha muerto de verdad, pero uno que el narrador no conoce, ni el personaje conoce, ni nos interesa su identidad. Alguien que ha muerto, sin duda —todo el mundo sabe lo que esto significa—, y uno obtiene ese conocimiento en el mismo momento en que levanta un folleto de publicidad de la mesa del recibidor, y queda sobrecogido, paralizado por el dolor.
Puede que mientras tanto los niños griten en el parque del otro lado de la calle. Que el sol rebote en la fachada de enfrente y haga arder los hombros del personaje. Quizá un segundo atrás se haya arrepentido de una palabra diminuta en una conversación amplia o de una frase entera, o de una conversación entera. Y después, al mirar el parque, piense que un niño, visto desde los ojos de una madre, también puede ser insoportable, aunque sea por un segundo. Diría esa madre:
—¡Te comería a besos!
E inmediatamente después, porque ha tenido lugar un pequeño cambio:
—¡Te vas a la cama sin cenar!
¿Por qué no? Es angustiante pensar en lo insensibles que todos nosotros somos. Por alguna razón que no entiendo, me resulta imposible sentir la muerte de nadie cuando levanto un folleto de publicidad de la mesa del comedor para ojearlo porque sí, porque no tengo nada más a mano. Entonces toca escapar del sofá, pensar que es para matarme, que son ya las siete, buscar un bolígrafo y escribir esto.
Me ha gustado mucho. :)
ResponderEliminarCurro es al folleto lo que Proust a la madalena...¡Vaya tela!
¡Me gustan mucho los folletos!
ResponderEliminar¡Y las madalenas!