La
metafísica.
Para
los que no estéis familiarizados con la deconstrucción, voy
a realizar un pequeño resumen —y que Derrida me perdone—.
Los que ya sabéis de qué va esto pasad al siguiente punto, que no
quiero aburrir a nadie.
Lo
que denuncia esta estrategia —mejor que «teoría», como se verá—
es el modo en que la mente occidental comprende el mundo. Desde el
principio de los tiempos —o, al menos, desde Sócrates—
Occidente ha establecido la base de su pensamiento en una serie de
oposiciones binarias jerarquizadas para poder estructurar y
fijar cualquier realidad. Este conjunto de oposiciones suele recibir
el nombre de metafísica, y en torno a ella se han cometido
grandes barbaridades.
¿Qué
significa «oposición binaria jerarquizada»? Bien, vayamos por
partes. Dos términos opuestos como todo/nada o arriba/abajo son
oposiciones binarias. Cuando usamos la palabra jerarquizada,
queremos decir que
a uno de los polos se le da más importancia que al otro.
Permitidme
que ejemplifique de manera burda el funcionamiento de esta
metafísica.
Si
damos por sentado que el mundo se divide en bien o mal y las personas
pueden ser hombres o mujeres, ¿cuál es la relación necesaria
que se da entre estas
posibilidades? Está claro: el hombre está del lado del bien y la
mujer del contrario —es fundamental que os deis cuenta de que en
una oposición siempre hay un término que sale ganando—. Si no
os creéis esta asociación arbitraria, daos cuenta de que así viene
reflejado en la mayoría de textos fundacionales del pensamiento
occidental y, sobre todo, en el más importante de ellos: La
Biblia.
Dadas
las siguientes oposiciones: bien/mal – hombre/mujer;
estas se relacionan tradicionalmente del siguiente modo: bien-hombre
y mal-mujer.
Pero
el problema es mucho más complejo. Si
existe el día y existe la noche, ¿cuál de los dos guarda una
equivalencia con el bien y, por ende, con el hombre? Ya sabéis, ¿no?
El sol, la luz, la claridad, la verdad, etc. siempre caen del lado
del hombre. Y así en todos los casos y hasta el infinito, creando
una red que condiciona cualquier pensamiento y sistematiza el mundo.
Os
suena absurdo, ¿verdad? Lo es. ¿Es que hemos fundamentado nuestra
cultura en torno a relaciones arbitrarias? Para mí es evidente. Que
salta a la vista, vamos.
Lo
malo del caso es que nuestra mente, lo queramos o no, funciona con
estas relaciones lógicas, aunque no necesariamente verdaderas. O
sea, una cagada que no podemos dejar de repetir. Aunque…
Estrategia
antitotalitaria.
Tuve
la suerte de que Manuel Asensi, profesor de Teoría de la
literatura en Valencia, me hiciera ver en su día que la
deconstrucción, lejos de ser una teoría, es una estrategia,
como afirmaba el mismo Derrida. Asensi nos lo explicó del siguiente
modo: la práctica deconstructiva consiste en una estrategia sin
finalidad y sin método que persigue un grado de indecidibilidad
que ponga en cuestión las oposiciones binarias jerarquizadas. Esto
la convertía —sin ser ello una característica esencial suya— en
una máquina contra cualquier tipo de dogma, provenga de donde
provenga.
A
continuación os indico tres de las formas más simples de atacar
estas oposiciones. Por seguir con el ejemplo anterior, partiré otra
vez de la oposición hombre/mujer.
Cambiando
el orden jerárquico:
hombre(+)/mujer(-)
por
mujer(+)/hombre(-); como hace el feminismo de la
diferencia, ensalzando las virtudes del género femenino y
denunciando los defectos del masculino.
Creando
una equivalencia:
hombre
= mujer; como hace el feminismo de la igualdad,
situando ambos términos dentro de uno.
Creando
estados intermedios:
hombre
-(homosexual-bisexual-intersexual…)- mujer; como hace la
teoría queer, debilitando
la solidez de la oposición añadiendo algo en medio que participa
a la vez de ambos términos.
Si
esta estrategia se pone en marcha con la suficiente vehemencia, ¿cómo
podría defenderse de ella la supuesta superioridad de una raza,
sexo, religión o ideología? Cualquier totalitarismo se basa en un
sistema de dogmas inquebrantables que inclinan la verdad hacia un
lado de las oposiciones. Si atacamos ese sistema, empezamos a
destruir el totalitarismo.
El
indecidible.
Esta
estrategia, por su naturaleza, solo puede usarse dentro de la esfera
del discurso. Por eso en literatura es relativamente fácil
encontrarla y, de hecho, el mismo Derrida acude a un ejemplo
literario para explicarla en un capítulo del volumen tercero del
Tableau
de la littétature française que
se llama, precisamente,
Mallarmé.
«Cualquier
texto de Mallarmé está organizado de modo que en sus puntos más
fuertes el sentido permanezca indecidible; a partir de
ahí. el significante no se deja penetrar, perdura, resiste, existe y
se hace notar. El trabajo de la escritura ha dejado de ser un éter
transparente. Apela a nuestra memoria, nos obliga, al no poder
rebasarlo con un simple gesto en dirección de lo que “quiere
decir”, a quedarnos bruscamente paralizados ante él o a trabajar
con él. (…) Sucede con mucha frecuencia que Mallarmé coloca el
nombre or tras el adjetivo posesivo son
(son or). Pero son or (su oro)
suena igual que sonore (sonoro), con lo
que nos hace dudar entre la forma del adjetivo calificativo y las del
nombre precedido del adjetivo posesivo; y, aún más, nos hace dudar
del valor de son (su) y son
(sonido) adjetivo posesivo y substantivo: son
or (su oro, el suyo), le son or
(el sonido oro, sonido color oro, que tal es el
color fundamental de la música y de las puestas de sol para
Mallarmé), el son or (la vacuidad del significante
fónico o gráfico “or”)».
«Mallarmé»
en Tableau
de la littétature française,
vol, III, París, Gallimard. 1974, pp. 368-379. Traducción al
español de Francisco Torres Monreal en «Antología», Anthropos,
Revista
de documentación Científica de la Cultura (Barcelona),
Suplementos,
13 (1989), pp. 59-69. Yo lo he sacado de la edición digital de Derrida en castellano.
Otro
ejemplo literario que podría venirnos bien y que nos queda más a
mano —por lo menos a mí, que tengo el libro en mi estantería—
es un terceto de Quevedo, de su soneto A Apolo
persiguiendo a Dafne:
«Volvióse
en bolsa Júpiter severo;
levantóse
las faldas la doncella
por
recogerle en lluvia de dinero.»
Con
estos versos Quevedo no deja claras las razones por las que
levanta «las faldas la doncella». Ahora me diréis que soy un
ingenuo, que es evidente por qué lo hace. Pero donde yo quiero ir
es un poco más lejos. El poeta está diciendo dos cosas a la vez:
Que
la doncella no despreciaba el dinero (porque lo recoge con sus
faldas).
Que
la doncella se prestaba al sexo (porque levanta sus faldas).
El
primer nivel es el explícito y el segundo es el implícito, donde
vive la ironía. Lo que me parece más importante es el hecho de que
no importe cuál de los dos niveles es más importante, sino
que los dos son relevantes porque la gracia está en que existan al mismo tiempo.
Por
si alguien todavía no lo tiene claro, usaré el Cubo de Necker
como último recurso:
Nadie
puede saber cuál de las líneas que se cruzan está en frente y cuál
detrás. Esto es así porque este cubo es ambiguo, ya que puede
interpretarse de dos maneras distintas.
Pero lo que me interesa de
este ejemplo no es su ambigüedad, sino la imposibilidad de
decidir que ella genera, porque a la pregunta «¿cuál de las
dos interpretaciones posibles es la verdadera?» no hay respuesta.
Sencillamente eso. No hay respuesta.
Si
conseguimos convertir cualquier dogma en un Cubo de Necker,
imposibilitamos el totalitarismo.